miércoles, 17 de junio de 2009

Ente Achús y Achíses

Llega el invierno y con él infaliblemente las gripes y los resfríos. ¡Que dolor de cabeza es para nosotras las madres! Lamentablemente casi nunca nos salvamos de la gripes, a pesar de que siempre prevemos esta época del año, atiborrándoles de vitamina C desde marzo y poniéndole las dichosas vacunas antigripales.


Este año, a pesar de haber seguido la tradición familiar de abrigarles a mis hijas como esquimales, tampoco me salvé de las gripes. Empezó Paulina que como ya va al cole es siempre la primera en agarrarse las gripes. Para cuando se curó ya se habían contagiado Fernanda y Julieta. Cuando finalmente se curaron ellas ya había recaído Paulina y nos sumamos a la lista la niñera y yo. Lo que pasó después ya se podrán imaginar: una interminable sucesión de achús y achíses. Por lo visto justo nos tocó la cepa de la gripe que no estaba en la lista de las 2000 cepas que cubría la vacuna.


Todo esto significó para mí varias noches en vela, tener que sacar fuerza de no se donde para levantarme en el medio de la noche, engripada y adolorida a repartir todas las dosis de medicamentos para cada una de las nenas y por supuesto someterles a innumerables sesiones de nebulización a pesar de sus pataletas. ¡Es que ODIAN la nebulización! Todas empiezan a llorar en coro ni bien me ven acercarme con la mascarilla. Pero con la que me siento una verdadera torturadora es con la pobrecita de Julieta, que a pesar de no tener ni un año todavía ya sabe hacer acto de rebeldía. Se retuerce como un gusanito, agitando la cabecita mientras intenta huir de mis garras. Y cuando finalmente logro ponerle la mascarilla, mi gordita escurridiza no me la hace más fácil. Ahí empieza a gritar como si la estuviera destripando, y yo tengo que sostener estoicamente la mascarilla y aguantarme sus dramáticos sollozos de víctima resignada.


Cuando yo era chica, no existían estos nebulizadores chiquitos. Eran unos aparatejos intimidantes unidos a unos tanques que parecían tanques de oxigeno para buzos gigantes. Debo admitir, que para la imaginación de un niño tenían cierto encanto espacial. No quedaba otra que ir a la farmacia varias veces al día para nebulizarse. Por supuesto que, igual que mis hijas, cada vez que veía la mascarilla, yo también armaba un escándalo digno de una tragedia griega, que solamente palidecía frente al que armaba cuando veía una jeringa.


Mi mamá, abuela metida como ella sola, por supuesto que ni bien se enteró de que las nenas estaban engripadas me “sugirió” que le ponga mentholatum antes de dormir. Ella está convencida que el mentholatum cura todo y que el secreto está en, según sus propias palabras: “friccionarles bien el pechito Y la espalda.” La verdad que el único ritual gripal que mis hijas ADORAN es que se les friccione el pechito…. Se relajan como si estuvieran en un SPA!! Igual, como buena contrera siempre le contesto a mamá: “En tu época puede ser que se curaba todo friccionándoles el pechito, pero los tiempos cambiaron.” Ahora las mamás tenemos que preocuparnos por la contaminación, alergias, virus mutantes y resistentes a los antibióticos, y por supuesto las plagas anuales, que este año nos tuvieron a mal traer.


¡Que psicosis gripal hubo! Y nosotras las madres, que parece que cobramos un sueldo por preocuparnos, ni bien escuchábamos estornudar a nuestros hijos y ya corríamos al doctor llorando y rezándole hasta al Dalai Lama para que no sea ni dengue ni fiebre porcina.


El año pasado fue el Dengue. Anduvimos meses apestando a Citronella y repelente. Este año se le sumó la gripe porcina y corrimos a agotar todos los geles desinfectantes de la farmacia y hasta nos pusimos mascarillas al más puro estilo Michael Jackson. Parece que cada año hay una nueva plaga y OTRO motivo más para preocuparnos…. ¡Cómo si nos faltaran!


Plagueos al margen, no dejo de agradecer a Dios por la salud de mis hijas. Por suerte la enfermedad de mis gorditas no fue más que una vulgar gripe. Tediosa sí, pero totalmente inofensiva. Igual no es nada lindo ver a nuestros hijos pasar un mal rato, quejándose por tener la nariz tapada, o porque la toz no les dejaba dormir o porque tienen que tomar el jarabe “guácala”.
Cada invierno me convierto en un ser malvado que las atosiga con inyecciones, jarabes, gotas en la nariz y nebulizaciones. Lo hacemos con dolor, porque no nos gusta ver sufrir a nuestros hijos, y también con cariño, porque lo único que queremos es que se sientan mejor.