martes, 6 de octubre de 2009

ENTRE TUTÚS Y SIRENITAS

Esta época del año es una locura. Se acercan las fiestas, empiezan los exámenes y una vez más el año nos quedó corto para hacer todas las cosas que teníamos pensado hacer. A esta altura del año, en una casa con 3 nenas, ustedes se podrán imaginar que la mayoría de nuestras conversaciones están girando en torno a un gran evento: el festival de ballet de Paulina y Fernanda.

Yo estudié ballet de chica y para mi era algo mágico. Me encantaba ese mundo rosado y lánguido. Amaba ir a las clases y aún cuando no estaba en las clases pasaba horas y horas bailando frente al espejo, convencida de que estaba destinada a ser primera bailarina del Bolshoi. Lastimosamente mi constitución no fue acorde a mis ambiciones. Ya de chica era muy alta y grande. Mi altura, mis huesos grandes y mi pancita insipiente no cuajaban con el look de sílfides de las bailarinas de ballet.

Cada año, cuando empezaban los preparativos para el festival, mi pasión por el ballet sufría una cruel estocada. De niña yo era híper femenina, de esas nenas que viven en un mundo pintado de rosa con florecitas, jugando al te con sus muñecas. Mi mayor ambición era bailar con un tutú rosado inmenso y lleeeno de lentejuelas en el festival de fin de año. Y cada año, irremediablemente mi sueño se truncaba cuando llegaba la hora en la que nos asignaban nuestros roles. Sieeempre terminaba con las peores partes: fui árbol, oso, copo de nieve (más bien bola de nieve) y lo peor fue que cuando hicieron el “Lago de los Cisnes” me tocó vestirme de hombre y actuar como cazador. Las partes que codiciaba, de mariposa, princesa, hada, muñequita o cisne siempre iba a parar a alguna más afortunada que yo. Así el tutú me fue siempre negado.

Como yo era muy segura de mí misma, jamás me di cuenta de que no me daban esos roles por robusta. Me retiré del mundo de los tutús convencida de que esto solo se debía a mi mala suerte. De grande se me prendió la lamparita cuando oí quejarse a una prima que tenía una hija que estudiaba ballet, y a quien cada año le tocaba ser oso. Mi prima me dijo proféticamente: “cuando tengas hijas NUNCA dejes que sea Oso… una vez que sea oso, TODOS los años será oso.” Recién ahí caí en cuenta de que por años había sido víctima de una desalmada discriminación por mi constitución.

Ni bien Paulina tuvo edad suficiente la inscribí en una academia de ballet. Si bien al comienzo a ella no le gustaba tanto, yo me deleitaba viéndola bailar y vistiéndola con toda la parafernalia rosa de las bailarinas. Como Paulina siempre fue medio machona iba a las clases a regañadientes. Por suerte con el tiempo le empezó a gustar.

Cuando llegó el momento de los preparativos para su primer festival me puse a temblar. Como la sangre no es agua y mis genes son muy fuertes el fantasma del Oso empezó a perseguirme. No iba a permitir que la historia se repitiera. Recordé las palabras de mi prima y me puse en campaña para armar un ESCAAANDALO si a Paulina le tocaba alguna parte poco glamorosa. Todos los días le preguntaba si ya sabía de qué iba a salir en el festival. Como ella aún no lo sabía, empecé a sondear a las maestras, a las otras madres, a la secretaria, hasta que al fin me enteré de que ese año harían “El Corsario” y que todas las partes eran acuáticas. Respiré tranquila ya que no hay osos en el fondo del mar… sin embargo aún existía la posibilidad de que le tocara ser ostra, alga o algo por el estilo.

Cuando finalmente las partes fueron asignadas, no solo me sentí aliviada. ¡Me sentí EUFÓRICA! Paulina iba a ser Sirenita. Si-re-ni-ta. Hasta el nombre sonaba hermoso. No pudiendo disimular mi felicidad le dije a Paulina: “¡Que suerte mi amor que vas a ser sirenita! ¡Seguro que estás reee contenta!”. Su respuesta me descolocó como siempre: “No tanto, me hubiese gustado ser algo más interesante.” “¿Como qué?” le dije yo intrigada, ya que de niña no se me hubiera ocurrido nada mejor que ser Sirenita en el festival. (Antes de seguir debo acotar que mi hija me salió medio científica… ama los animales y es una sabihonda en todo lo que respecta al mundo animal) Indignada Paulina me contestó: “Y… algo más interesante… como un delfín…. o una ballena”.

Y pensar que me preocupaba que le toque salir de osito…. Ahora ya no tengo miedo de que la historia se repita…. ella seguro va a estar chocha le toque lo que le toque.

EL POPULAR CHA CHÁ


El dilema que tenemos las madres hoy en día es muy shakesperiano: pegar o no pegar a nuestros hijos. Nuestras abuelas y nuestras madres por supuesto no tenían ninguuuna duda al respecto. Cualquier travesura o metida de pata era inmediatamente respondida con una paliza que variaba según la gravedad de nuestro “delito”.

Mi mamá, que con sus 7 hermanos formaban una patota cabezudísima, siempre me cuenta como mi abuela los amoldaba. Cómo era una mujer devota, los hacía arrodillarse a los siete enanos por horas frente al sagrado corazón que tenía en la casa, pidiendo perdón por lo que habían hecho hasta que sus rodillas quedasen tan planas como el piso. Por supuesto que este era el más leve de los castigos.

En la época de nuestras abuelitas era común que cualquier grosería o falta de respeto fuese respondida inmediatamente con una lavada de boca con agua y jabón. Si los niños rompían el silencio de la siesta o entraban en sus fases de demonios de Tasmania saltando y armando trifurcas se les aplicaba el popular “estate quieto”. Los niños ya ligaban sonoramente antes de que sus madres terminasen de decir “estate…”. Medio sádicas nuestras abuelitas, ¿no?

Cuando yo era chica, el cintarazo era toda una institución. Nuestros padres no se preocupaban en explicarnos por horas las consecuencias de nuestros actos y sin moralejas ni sermones teníamos la lección aprendidísima. Era tan efectivo que ni siquiera tenían que pegarnos a menudo, ya que tras ligar una vez el cintarazo, para la próxima vez bastaba que amagasen quitarse el cinto con gesto amenazador y santo remedio. Por supuesto que en público se contenían pero igual no nos salvábamos de un discreto pero doloroso pinchazo bajo la mesa cuando nos hacíamos los zarpaditos.

Hoy en día nuestros hijos ya no saben lo que es ligar una paliza. Las correcciones físicas son consideradas salvajadas y una puede hasta ser linchada por una patota de madres escandalizadas con tan solo hacer un gesto amenazante a sus hijos. La verdad es que en mi casa aún se respeta la institución del chachá. Yo soy de la vieja escuela y no dudo a la hora de darle una merecida nalgada a mi mini tropa de patoteras cuando se pasan de la raya. Mi deducción es bien sencilla, yo sobreviví a nalgadas, cintarazos, zapatillazos y cuantos “azos” utilizó mi madre para reprenderme y salí bastante sanita. Un chachá bien merecido y de esos que duelen más en el orgullo que en la colita, no hace mal a nadie. Por supuesto que el chachá es la última instancia a la que recurro, ya cuando la amenaza entró por un oído y salió por el otro y cuando el castigo no sirvió de lección. A la tercera la vencida… cuando ya fallan todas las técnicas psico pedagógicas, solo queda recurrir a la anticuada pero efectiva institución del chachá.

Pero no todas las madres pensamos iguales. Hay mamás que no levantan ni la voz cuando sus hijos hacen salvajadas. Nunca voy a olvidar lo impotente que me sentí la vez que Paulina fue agredida por un pequeño sociópata en un cumpleaños. No se de donde sacó el niño en cuestión un palo con el cual atacó a mi gordita. Cuando escuché sus gritos corrí gritando a socorrerla. La madre del pequeño Jason Voorhees también corrió a frenarlo. ¿Y cuál fue la reacción de la madre? Le sacó la guacha y con una voz reconfortante y como si lo que acababa de hacer era lo más normal del mundo le dijo: “papito, no tenés que pegarle a la nena.” Yo la miré con ojos de huevo frito mientras abrazaba a mi gorda que tenía 3 marcas al rojo vivo en sus piernas y lloraba desconsoladamente. Por supuesto no pude contener mi genio e indignada le grité a la madre: “¡Que papito ni que nada. Por Dios CORREGILE a tu hijo…. ¡ES UN SALVAJE!”

Esperé en vano a que la madre tome cartas en el asunto. Como se ofendió por lo que le dije ni se molestó en pedir disculpas y ella sique se marchó indignada con su “papito”. Les juro que me dieron ganas de estirarle la oreja, darle un zapatillazo… no se… aaalgo para que APRENDA. ¡A él y a la madre! Como va a aprender un niño así de violento si todo se le perdona y queda en lo anecdótico. Hizo lo que hizo no porque lo ve en la tele, sino porque se lo permiten y porque nadie le corrige.