martes, 30 de noviembre de 2010

CELEBRANDO EL FIN DE AÑO


Se acerca el fin de año. Como siempre, cuando las lucecitas de navidad empiezan a titilar en las noches asuncenas, a muchos nos entra una especie de nostalgia por el año que pasó. Al enfrentarnos a un nuevo año que está por comenzar, miramos atrás y sentimos como si el tiempo hubiera volado. 

Yo cada vez que empiezo a vestir mi casa de navidad -por tradición nunca antes del 8 de Diciembre-, siento como si hubiera sido ayer cuando estaba decorando con mis hijas el arbolito del año anterior.  Y siempre termino sorprendida de que haya transcurrido un año entero entre un arbolito y otro. A la emoción de mis hijas que corren de aquí para allá con guirnaldas y demás adornos navideños, se le une mi nostalgia. 

Los niños no tienen mucha noción del tiempo. Mis hijas ni bien termina la navidad ya empiezan a preguntarme cuanto falta para que vuelva a venir Papá Noel, ilusionadísimas de que mi respuesta sea que falta poco. Les cuesta entender el tiempo contenido en un año y ni se les cruza por la cabeza todo lo que ese tiempo implica.
Un año transcurrido, es un año que no volverá nunca más. Si bien disfruto enormemente ver crecer a mis hijas, no puedo evitar sentir en mi corazón una breve tristeza por todo lo que ya no volverá a ser igual. Nuestros hijos crecen tan rápido, cambian tanto de un año a otro que nos cuesta aclimatarnos a tantas transformaciones.

Mirando atrás hacia el año que pasó veo tantos momentos hermosos que ya no volverán. Pienso en cada uno de sus cumpleaños, en las mil y un anécdotas que me hicieron reír tantas veces, nuestras conversaciones nocturnas más memorables, sus descubrimientos, sus avances, sus pequeñas victorias, sus grandes emociones y en cada minuto de nuestro día a día que es tan precioso para mí.

Este año no voy a permitirme estar triste. Lo que pasa es que tengo muchas cosas que celebrar…. Para empezar celebro las bendiciones que Dios me da. La hermosa familia que tengo, la salud de mis hijas, el amor que nos une, la tranquilidad de poder cubrir sus necesidades y la felicidad de nuestro hogar.

En segundo lugar celebro los momentos que vendrán. Porque un hogar con niños siempre está lleno de sorpresas y alegría. Estoy ansiosa por ver todos los hermosos regalos que mis hijas me darán el año próximo. Y por regalos no me refiero a aquellos que se envuelven con papeles y moños de colores, sino a aquellos que se envuelven con sonrisas y amor.

¡Por último, celebro con alegría que el 2011 será mi primer año sin pañales en 9 años! Julieta finalmente acaba de dejar los pañales, que últimamente usaba ya solo para dormir.  ¡Estoy tan contenta que hasta tengo ganas de decorar el arbolito con pañales, hacer guirnaldas de pañales y hasta envolver los regalos con los pañales que me sobraron! 

Espero que ustedes también encuentren tantas cosas para celebrar como yo. ¡FELIZ 2011 A TODAS!

ESTIRONES Y REPARTIJAS



Con este cambio de estación empecé la tediosa tarea de hacer el cambio de guardarropas de las 3 enanas. Hacerlo es toda una proeza, pues implica  mantenerla a las 3 quietas y tranquilas mientras les pruebo todas  las ropitas para asegurarme que todavía les entren.

Tras constatar que mis nenas crecieron como pinos en el invierno, empiezo la repartición de las ropitas heredadas. La ropa que ya no le entra a Paulina, pasa a Fernanda y la ropa que deja Fernanda pasa a Julieta y la que deja ésta va a los más necesitados.

En esta repartija la más suertuda es Paulina ya que no hereda nada y liga siempre todas las ropitas nuevas. La pobre de Julieta  recibe las ropitas que ya pasaron por sus dos hermanas, cosa que la convierte en la más reciclada y haraposa de todas. A veces hasta me da lástima verla con la ropita tan gastada y rezurcida y termino comprándole también alguna ropita nueva para que no parezca una linyera.

Tras la repartija empiezan los remiendos, recortes de ruedo y demás adaptaciones para adecuar las ropitas a los cuerpitos de sus nuevas dueñas. Como se imaginarán, termino agotada y siempre un poco triste….

Se preguntarán porqué termino triste, aunque si son madres de seguro ya comprenden el motivo de mi tristeza. Toda esta ropa que van dejando es la evidencia más palpable de que mis bebés están creciendo.  Como el crecimiento es tan gradual y estoy con ellas todos los días, muchas veces solo me percato de lo mucho que crecieron cuando les dejan de entrar ropitas que solo meses atrás les quedaban perfectas.

Este año Paulina se pegó un estirón tremendo. ¡Los pantaloncitos del año pasado ya no le quedaban ni alargándoles los ruedos! ¡Paulina estaba encantada con estos centímetros ganados, pero yo me sentí tan vieja! Está tan alta, tan grande y pensar que parece ayer cuando cabía perfectamente en mis brazos. Me cuesta creer que pasaron 10 años desde que estrenaba mi flamante panza de embarazada.

Pero las más felices con la idea de crecer y ser GRAAAANDES son sin duda alguna Fernanda y Julieta. Fernanda me repite una y otra vez que el año que viene va a ser más alta que Paulina, algo un poco pretencioso de su parte ya que no es una nena muy alta. Pero como su hermana mayor es su ídola personal quiere parecérsele en todo, hasta en la estatura. Por su parte, Julieta me aclara una y otra vez que ya es una nena grande. Para demostrarlo se pone en puntitas de pie y estira sus brazos hacia arriba diciéndome: “Milá mami que graaande toy” absolutamente convencida de que al estirar así su cuerpo se convierte en una niña gigante.

Recuerdo algo muy gracioso que me dijo Paulina cuando tenía 5 años. Me preguntó en cuanto tiempo llegaría hasta el techo. ¡Estaba muy preocupada de que si continuaba creciendo terminaría hecha una gigante que ya no cabría en su propia casa!
Los dos añitos de Julieta la ubican en el umbral entre ser una niña y un bebé, y esto del crecimiento a veces termina confundiéndola un poquito también a ella. La otra vez me preguntó si cuando iba a volver a ser bebé. Cuando le dije que ya no iba a volver a ser bebé, pero se convertiría en una nena y más adelante en una mujer me miró desconcertada como si le estuviera hablando de trigonometría. Luego se largó a llorar porque ya nunca más iba a ser chiquitita. ¡Me entró un sentimiento de ternura tan grande y abrazándole  le contesté lo que todas las madres sentimos en el corazón: “¡mi vida vos siempre vas a ser mi bebé!”

DISFRAZADAS




Llega Halloween, el esperado día de las brujas y con él otra oportunidad para divertirnos a lo grande con nuestros hijos. En casa toda ocasión para disfrazarse es recibida con un enorme entusiasmo por las nenas. Ni bien escuchan la palabra Halloween, empiezan a poner en marcha todos los engranajes de su fantasía para definir cual será el disfraz que cada una llevará.

Cuando Julieta todavía no podía elegir por sí misma, sus hermanitas competían para ver quien proponía el mejor disfraz para su hermanita. Algunas de sus propuestas eran verdaderos delirios infantiles imposibles de poner en práctica (al menos cuidando la economía) pero siempre terminamos eligiendo juntas un disfraz apropiado. ¡Pero este año la enana ya manifestó su firme intención de ir disfrazada de princesa sobre un unicornio!

Este año voy a tener que poner todo mi ingenio para poder realizar los disfraces.  A parte del romántico y principesco disfraz de Julieta, Paulina, la científica de la familia, me vino con que quiere disfrazarse de sistema solar y  Fernanda que está fascinada con la música POP me vino con la ocurrencia de disfrazarse de nada más y nada menos que Lady Gaga (¡¡Por suerte no se le ocurrió el disfraz de carne…. guácala!!!) ¡Eso me pasa por tener hijas creativas! ¡Una hace de todo por estimularlas y luego tanta estimulación te pasa la factura en forma de delirios creativos!

Prefiero hacer yo misma sus disfraces. Aunque esto era mucho más fácil cuando mis delirantes hijas no tenían ni voz ni voto y me bastaba pintarles un poco la carita e improvisar alguna ropita para convertirlas en princesas, y ni les cuento las veces que reciclé los trajes de sus festivales de ballet. Pero últimamente cuando llega esta fiesta me convierto en toda una artesana, valiéndome de pegamento, goma eva, espumas, telas, tijeras, pinturas, purpurina e isopor, haciendo mi mejor esfuerzo en permitirles vivir sus fantasías. Por suerte por más chueco y estrambótico que me salga el disfraz, para ellas es ¡re facha!

Nunca se me dio por comprar en línea los disfraces… ya que a pesar de la variedad y originalidad de los disfraces, la mayoría de ellos están fabricados para temperaturas bajo cero, ya que en Estados Unidos Halloween cae en pleno otoño. Nunca voy a olvidar el Halloween pasado que por el calor se desmayaron dos chicos en una fiesta. ¡Imagínense a los pobrecitos, saltando como locos en el globo loco, con una humedad infernal y 38 grados de calor sofocados con sus disfraces de mangas largas!

Ahora ya estoy craneando como china voy a ser para hacer el disfraz del sistema solar, ya que ni siquiera recuerdo el orden de los planetas… espero no meter la pata. Lo del unicornio creo que ya lo tengo solucionado y lo de Lady Gaga va a estar difícil pero divertido, ¡espero que entiendan que va de Lady Gaga y no de extraterrestre!

¡Disfruto tanto haciendo sus disfraces! Pero lo mejor es cuando se los ponen ya que allí empieza la magia: ellas no sólo se disfrazan, también se convierten en el personaje. Mis hijas se transforman en pequeñas actrices que entran en su rol y empiezan a jugar y a actuar como si fueran princesas, planetas o cantantes alocadas. Es tan gracioso verlas así de entusiasmadas y ser el artífice de esta magia que es convertirlas, como si tuviera una varita mágica, en verdaderas princesas, planetas, animales, fantasmas… con sólo un disfraz. Sólo me gustaría que sus fantasías fueran un poquito más fáciles de concebir.

martes, 7 de septiembre de 2010

FILOSOFÍA EXISTENCIAL ANTES DE IR A DORMIR


Uno de los momentos más especiales para las madres es hacer dormir a sus hijos. En este momento tan íntimo no solo están las lecturas de cuentos, los cantos y las oraciones, también están esas pequeñas grandes conversaciones nocturnas que tenemos con ellos.

Muchas veces esas conversaciones se reducen a un relato de las cosas que le sucedieron en el día, pero algunas veces la temática se torna más profunda y surgen esas grandes preguntas existenciales con las que los niños nos descolocan. Las conversaciones nocturnas que surgen tras estas preguntas son absolutamente mágicas.

En mi caso Paulina, Fernanda y Julieta llenan mis noches con conversaciones de todo tipo. Ya es casi una costumbre entre nosotras charlar sobre los temas más diversos antes de dormir. Julieta aún es muy chiquita como para aportar gran cosa, pero aún así se las ingenia para echarme charla. La otra noche por ejemplo aprovechó la ocasión para decirme lo mucho que me quería. Me dijo que yo era muy linda y que le gustaba muchísimo toditísima mi ropa, las que tienen perlas y diamantes (como niña con ambiciones de princesa ama todos lo que brille) y también las que no, mis quillajes (maquillajes), mis collares y hasta mi tilador (ventilador).  A su manera me estaba piropeando, con su vocecita dulce y media lengua, diciéndome lo mucho que me quería y me admiraba, aunque solo fuera por tener ropa bordada (que ella aún no tiene obviamente) y un ventilador en mi cuarto. ¡Me causó tanta gracia y me pareció todo tan tierno!

Fernanda  ya toca temas mucho más profundos y emotivos.  La otra noche se emocionó mucho recordando a su abuelito, a quien ella no pudo conocer, pero cuyo recuerdo he mantenido vivo entre mis hijas.  No sabría explicar porqué le agarró tanta nostalgia por alguien que ni siquiera conoció, como que le dio tristeza no haberle conocido y se puso muy triste diciéndome que su abuelito estaba en el cielo y era muy bueno y que nunca ella le pudo conocer. No les puedo explicar lo mucho que me conmovió y en vano intenté contener los lagrimones que siguieron. Aproveché ese momento para recordar nuevamente a su abuelito y contarles no solo lo bueno que fue conmigo y lo mucho que hubiera disfrutado con ellas, sino también la forma en la que ellas llenaron mi vida y la de su abuelita con su llegada. Les dije que cada una de ellas trajo consigo una alegría tan grande que nos hizo olvidar la tristeza que sentíamos por la muerte de su abuelito y como todas ellas tienen pequeñas cosas que me recuerdan a él. Todo esto dicho entre lágrimas cargadas de  emociones tan profundas que me resulta imposible describirlas. Las lágrimas de tristeza se transformaron en alegría y todas quedaron tranquilas sabiendo que su abuelito las cuidaba desde el cielo.

Pero definitivamente la más filosófica es Paulina. A veces sus preguntas son fáciles de responder, como cuando me pregunta que quiere decir alguna palabra del léxico adulto, o cómo entra un niño dentro de la panza de su mamá o de dónde vienen los truenos. Pero otras veces me hace preguntas existenciales que hago lo mejor por responder. ¿Dónde estaba antes de nacer? ¿Quién es Dios? ¿A dónde vamos cuando morimos? ¿Cuándo nos morimos? Evidentemente trato de explicarle lo mejor que puedo aunque ni yo misma se las respuestas a sus preguntas. Son los mejores momentos para hablar de Dios y para sembrar en ellas los cimientos de nuestra religión, los cuales creo hacen mucho más tolerable la angustia que nos producen todas estas preguntas sin respuesta.

Estas conversaciones nocturnas nos permiten darles un tiempito a nuestros hijos para hablar de la vida, intentar explicarles como funciona el mundo, aclarar sus dudas y calmar sus angustias, compartir sus pensamientos, y sobre todo para decirles con y sin palabras lo importante que son para nosotros.

LÉXICO INFANTIL


Julieta mi hija más chiquita está a punto de cumplir tres años. Amo esta edad ya que  los niños se ponen a hablar como loritos en su media lengua y su enredado léxico nos roba carcajadas las veinticuatro horas del día.

Cuando Julieta empezó a hilar las frases hace ya más de un año era imposible entenderla. Como la enana es muy charleta, entablaba largas conversaciones con todo el mundo, desde la  profe de la guarde hasta la cajera del súper. Sus conversaciones obviamente terminaban convertidas en largos monólogos ya que nadie podía comprender lo que decía. La única que entendía a la perfección todas sus palabras era Fernanda, por lo que se convirtió en la intérprete oficial del lenguaje de Julieta.

Era un show, ya que ni bien se producía aquel embarazoso silencio en el cual los interlocutores de Julieta se quedaban perplejos intentando descifrar el chorizo de palabras extrañas que acababa de emitir Juli, salía su hermana Fernanda al rescate traduciendo a la perfección todo lo que su hermanita había dicho.

Si bien yo entendía bastante bien su media lengua, muchas veces tuve que recurrir a Fernanda para interpretar algunas frases, sobretodo cuando aparecían nuevos vocablos como pelúquita (película), defective (detective), dómico (médico) o bilo (libro). A veces solo Fernanda entendía que complejas frases como: “Ayertítimo ya vi ete titodio de pidermat en el tevelitor” significaban “Hace mucho ya vi este episodio de Spiderman en la tele“.

Por supuesto también disfrutamos poniéndola en aprietos. Haciéndole repetir palabras difíciles solo para reírnos de su versión. Así Hipopótamo se transforma en Hipotómaco, computadora en putadola y pantalón en zapalón.
En cima no solo se enreda con el léxico castellano, la pobre va a una guarde bilingüe y su enredos en lengua inglesa son épicos. A veces se pasa de viva y cree que con solo cambiar la pronunciación ya está hablando en inglés. El otro día en el almuerzo casi hizo que me atragantara con la comida de la risa. Juli estaba comiendo con muchísimo gusto una milanesa que es su comida favorita. Mientras saboreaba su milanesa me miró muy seria y me dijo: “¿mami sabés como se dice delicioso en inglés?”. Yo le respondí que no sabía y ella, muy segura de sí misma me contestó: “¡deliciousou!”. ¡Tiene cada salida la enana!

A medida que van creciendo, los niños van modificando sus vocablos hasta decirlos correctamente. Como me daba cuenta de que en este proceso se perdían palabritas tan graciosas, empecé a anotar todos los vocablos enredados de mis hijas y armé con ellos un glosario que mostraba la evolución del lenguaje de cada una. También fui anotando y sigo anotando pequeñas frases memorables y anécdotas cotidianas para salvarlas del olvido. Más que nada es algo que hago para poder recordar el día de mañana con ellas aquellos graciosos momentos que pasamos juntas, y que seguramente ellas con el tiempo olvidarán.  

miércoles, 30 de junio de 2010

MI PUPEAÑOS


¡Hoy estoy de pupeaños! Así llama Julieta a los cumpleaños. Desde que les conté a mis hijas hace 1 semana que faltaba poco para MI CUMPLEAÑOS todas se quedaron emocionadísimas con la idea de la fiesta. Claro que se imaginaban un cumple infantil y no había caso de hacerles entender lo contrario. Fernanda me preguntó mil veces: “¿mami pero de qué vas a hacer tu cumpleaños?” Evidentemente esperaba una respuesta tipo: de Princesa o de Hello Kitty. Como no le podía responder de “ama de casa desesperada” le dije que era de GRANDES. Tras constatar que en mi cumpleaños no iba a haber globo loco ni cama elástica perdieron un poco de interés en la fiesta, pero enseguida encontraron donde derivar sus atención.


Se pasaron la semana entera fantaseando con lo que me iban a regalar. Todos los días surgía alguna idea fantástica y por supuesto sumamente imaginativa. Fernanda que está empezando a perder los dientes me dijo que con lo que tenía ahorrado de lo que le trajo el ratón Pérez (la importante suma de 30 mil guaraníes) me iba a comprar un auto nuevo porque el mío está muy viejito y también un vestido rosado ya que no tengo (algo que a ella le preocupa muchísimo) y ¡LO QUE SOBRABA iba a donar a Haití! Solo un niño puede hacer rendir tanto a 30 mil guaraníes.


Paulina, la científica de la casa y que en este momento está pasando por una fase geológica, me dijo: “Mami, yo te voy a regalar una Piedra”. Divertida le contesté: “¡Que buen regalo Paulina, en tu cumple yo también te voy a regalar una HERMOSA piedra!” A pesar de que le encantan las piedras, y ya tiene una “importante” colección armada con todas las piedras que llaman su atención, pensó al respecto y me contestó que prefería una muñeca. Como buena científica en potencia, ¡no tiene ni un pelo de tonta!


Pero lejos la más original fue Julieta, que con toda la inocencia de sus 2 añitos y medio, me dijo súper emocionada que me iba a regalar nada más y nada menos que ¡UN SHOPPING! ¡Ojalá fuera posible, ya que me vendría MUY bien este regalo en “mi pupeaños”!


Lastimosamente los ahorros de Fernanda no alcanzaron para comprarme el auto ni el vestido rosado, y obviamente el ambicioso regalo de Julieta quedó relegado al mundo de sus fantasías. De lo que no me salvé fue de la piedra de Paulina, que era el más factible de todos los regalos. Esta mañana me trajo, envuelta y con moño, una piedra que encontró en el patio y que pintó con témpera para darle valor agregado. Por supuesto la recibí con exagerada emoción y ya le di un lugar destacado en la sala de la casa. Las tres enanas me despertaron cantando y me entregaron un lote de dibujos y tarjetas llenas de monigotes y garabatos. Me llenaron de besos y de abrazos y mientras me cantaban “Que los cumplas feliz”, me entregaron en sus miradas emocionadas y vocecitas dulcemente desentonadas el mejor de los regalos: su amor.

miércoles, 21 de abril de 2010

La Plaza de mi Barrio

De niña recuerdo como me divertía jugando en la plaza con mi hermano. Ir a la plaza por la tarde era una institución. Era el punto de encuentro obligado para encontrarnos con todos nuestros amiguitos del barrio. No era la plaza más linda del mundo, pero tenía un parquecito pequeño y una canchita de futbol, que ya eran más que suficientes para entretenernos por horas. Estaba cubierta de frondosos árboles, cuyas ramas observaba mientras me hamacaba con ansias de tocar el cielo. Siempre encontrábamos ramas y vainas de chivato con las cuales jugar a los espadachines y nunca faltaban los partidos de fútbol y los juegos de polibandi. Si por algún motivo faltaba algún miembro de nuestra pandilla, nos íbamos todos en bici a buscarlo para desafiarlo a un partido o una divertida expedición para explorar el barrio. A veces salíamos de siesta y las calles desiertas eran nuestras.


En nuestras expediciones nos adueñábamos de plazas y baldíos par convertirlos en el escenario de nuestras aventuras. No teníamos juguetes caros, nos bastaba una sencilla pelota y nuestras bicis que era nuestra posesión más preciosa, el resto lo suplía nuestra imaginación. A veces lanzábamos cohetes al espacio, otras veces buscábamos tesoros preciosos y otras tantas nos convertíamos en temerarios piratas. Siempre había algún proyecto divertido y fantástico que emprender: construir una casa en un árbol, encontrar a los dueños del cachorrito que encontramos deambulando por las calles, o hacer un zoológico de sapos.


Por supuesto no escatimábamos a la hora de hacer travesuras. Trepábamos a los árboles más altos y nos entreteníamos atormentando a los vecinos jugando ring raje. En carnaval nos convertíamos en el terror del barrio cuando escondidos detrás de murallas y arbustos lanzábamos globitos de agua a cuanto ser o máquina se cruzara en nuestro camino. Cuando nos pasábamos de la raya teníamos que salir a pedir disculpas a nuestros vecinos. Si nos peleábamos no venían nuestros padres a solucionar el asunto, teníamos que resolverlo por nuestra cuenta y lo hacíamos. La máxima desgracia que nos podía pasar era una caída que significaba solo un raspón en las rodillas y unas cuantas lágrimas por el orgullo herido.


Lo increíble de todo esto es que jugábamos solos, con total libertad, sin tener que tener a ningún adulto cuidándonos. Nos bastaba con pedir permiso y respetar los límites que nos ponían nuestros padres. Por supuesto que había una edad para ello, a los más chiquitos por razones obvias no se les dejaba andar solos por ahí, pero no por miedo a que otros los raptaran, manosearan o asaltaran sino para que no se pierda o se lastime por su inexperiencia. A partir de los 7 u 8 años, los padres nos adjudicaban el juicio suficiente como para manejarnos por nuestra cuenta por el barrio. Siempre estaban las advertencias de no pasar el límite territorial que teníamos fijado, no hacer demasiado ruido en la siesta, prestar atención con los autos y no jugar a la pelota en la calle.


Todo esto se perdió. Nuestros hijos no saben lo que es salir solos a jugar a la plaza. Ahora es imposible ver a niños jugando sin un ejército de empleadas, niñeras, abuelas y hasta guardaespaldas cuidándolos. Los niños ya no juegan en las calles y muchas veces ni conocen a sus vecinitos del barrio. Nuestros hijos viven encerrados por la inseguridad de nuestras calles y el descuido de nuestras plazas.

¡Nuestros hijos vuelan!

¡Nuestros hijos vueeeelan! Como dicen en la campaña extendiendo la A como chicle: “son letrados”. Lo cómico de esta expresión es que la mayoría de las veces va dirigida a bebés que por supuesto están tan ajenos a las letras como a la trigonometría. Es una expresión que siempre me causó mucha gracia por este motivo. ¿A quién se le habrá ocurrido catalogar por primera vez a un infante como letrado, que según la Real Academia significa sabio, docto e instruido? ¿Qué habrá hecho ese bebé para merecer semejante título?


Pero todos sabemos que coloquialmente este adjetivo se utiliza para referirse a lo despierto, rápido y listo que es un niño. Lo cierto es que la mayoría lo son cada vez más. La diferencia entre como éramos nosotros de niños y como son nuestros hijos se nota y mucho. Nuestros niños no son los mismos de antes. Crecen más rápidos y actúan como “pequeños adultos”. Yo no recuerdo haber sido tan despierta, tan analítica ni rápida como lo son mis hijas. Estoy segura que a todas ustedes sus hijos les habrán dado respuestas o lanzado comentarios que les habrán dejado perplejos. Desde pequeños empiezan a cuestionar al mundo y lo hacen con una perspicacia que nos deja mudos.


Los avances tecnológicos y los cambios en las estructuras familiares los han obligado a adaptarse a situaciones y circunstancias absolutamente distintas a las que nos tocaron vivir a nosotros. Para mí es muy sencilla la cuestión: se llama evolución y adaptación. Vivimos en tiempos diferentes, sumergidos en tecnologías que nosotros mismos no hubiéramos ni siquiera imaginado pudieran existir. Más vale que sean distintos, para ellos, nuestros sueños y fantasías son su realidad.


De chicos soñábamos con tener teléfonos con pantallas donde ver los rostros de nuestros interlocutores (como lo hacían los Thunderbirds). Pero en el fondo lo veíamos como algo imposible. Sin embargo hoy es algo tan común que hasta los timbres tienen pantallas! Este tipo de cosas que hoy damos por hecho, en nuestra época solo podía ser factible en la fantasía de un niño. Nuestros hijos saben que todo es posible. Nacieron en un mundo en constante y veloz cambiamiento donde toda la información que hemos acumulado se encuentra a su alcance.


Por supuesto, muchos padres, asombrados por la precocidad e inteligencia de sus hijos, están convencidos que sus hijos son superdotados, índigos o niños cristal, a quienes se les atribuyen hasta la precognición. Como nuestros niños del siglo XXI son como esponjas súper absorbentes y vivimos en un mundo que exige cada vez más de nosotros, muchos padres se preocupan por asegurar el aprendizaje precoz y veloz de sus hijos. Así hay niños de 4 o 5 años, que están adelantados 1 año, que escriben y leen, suman y restan, recitan a Lope de Vega.... nambreeena un poco más y ya saben programar su computadora. Este es un fenómeno de nuestros tiempos, nuestros niños están siendo apurados por el mundo que los rodea y por supuesto también por sus padres, habituados a la híper competitiva vida cotidiana.


Nuestros hijos son inteligentes, son más precoces y despiertos…. Pero no todos son genios como queremos creer, y eso de los niños índigo y cristal me parece ya demasiado traído de los pelos. Para mí se trata de un cuento chino que se creyeron unas cuantas madres sorprendidas por la excesiva vitalidad, creatividad e intuición de sus hijos. Evidentemente en un mundo donde hay que sobresalir en todos los ámbitos, no es de extrañar que los padres queramos que nuestros hijos sean superdotados, genios o absolutamente especiales como los índigo y preciosos para el mundo como los niños cristal.


Todo esto me hace recordar a una conversación que tuve con mi amiga Silvia que estudió Pedagogía y Educación Parvularia en el extranjero. Uno de sus profesores le dijo: “Si querés que tu guardería tenga mucho éxito, tenés que poner un cartel enorme que diga: GUARDERÍA PARA NIÑOS SUPERDOTADOS. No vas a dar abasto ya que todos los padres de hoy en día creen que sus hijos son superdotados.”

martes, 20 de abril de 2010

MALA MADRE

Mi abuelita siempre decía que no hay nada más difícil que darle de comer a quien no tiene hambre. Por supuesto lo decía en sentido metafórico, pero cuando se trata de nuestros hijos puede aplicarse perfectamente en el sentido literal. ¡Hacerles comer es una lucha! Cada vez que me siento a almorzar con mis hijas tengo la sensación de subir al ring.


Round 1: ¡Julieta, tomá toda la sopa! Empiezan los llantos y pataletas. Tras amenazar no llevarla al cumpleaños de su compañerita si no toma la sopa, suena la campanilla y gano el primer Round.


Round 2: ¡Paulina no juegues con tu comida! Me ignora y sigue desparramando la comida sin probar bocado. Tras amenazar dejarla sin postre, suena la campanilla y gano el segundo round.


Round 3: ¡Fernanda, pobre de vos que vuelvas a tirarle tu comida al perro! Disimuladamente vuelve a lanzar otra zanahoria. Tras decirle que a los perros la zanahoria les hace mal y que se le van a caer todos los pelos por comer lo que le tiró, suena la campanilla y gano el tercer round.


¡De más está decir que termino agotada! Hoy la lucha subió un poquito de tono. Julieta se negó a comer y me hizo un berrinche porque la comida tenía cebolla (por supuesto microscópicamente picadas para que no lo note). Tanto escándalo armó que la castigué prohibiéndole ver tele por el resto del día. Mirándome con una cara de rabia tremenda, como si yo fuera la encarnación de todos los males desde el Cucú Lelé hasta Cruella De Vil, me dijo: “¡MALA!” Por supuesto en el acto su castigo se extendió al resto de la semana. Me quedé indignada todo el día y a la noche me puse a pensar más sobre el asunto.


La verdad es que para nuestros hijos somos las malas de la película. A las madres nos toca insistir para que hagan sus tareas, que coman toda la comida y que se acuesten temprano, llevarlos al doctor para que se pongan las vacunas, regular que no vean demasiada tele y que no abusen de las golosinas, bañarles, darles los jarabes guácalas, enseñarles a comer todas las verduras, corregirlos cuando se portan mal o dicen cosas feas (como por ejemplo decirle “mala” a la madre) y un sinfín de otras cosas que ellos odian hacer. En el proceso de educarles, cuidarlos, protegerlos, corregirles y ponerles límites nos convertimos en “la mamá mala”.


A veces nosotras también nos sentimos malas madres. Nos sentimos cansadas, frustradas, subvaloradas y asfixiadas. Nos damos cuenta de lo difícil que es ser madre y de los enormes sacrificios que tenemos que hacer y a veces hasta extrañamos nuestra vida anterior. Añoramos tener tiempo para nosotras, no tener a nadie que dependa de nosotras, ser egoístas y pensar solo en nosotras mismas y vivir la vida sin las constantes interrupciones de nuestros hijos que a veces no nos dejan ni tomar una ducha en paz. Evidentemente nos sentimos en culpa por dar cabida a estos sentimientos y nos odiamos sintiéndonos verdaderamente malas.


Pero en el fondo sabemos que no somos malas, solo estamos cansadas, como probablemente lo estuvieron nuestras madres. La maternidad es en realidad un lecho de rosas, es hermosa pero llena de espinas.


La sociedad espera que seamos mujeres plenas y hermosas, profesionales exitosas, madres presentes y esposas atentas. A mi humilde entender, reunir todos estos requisitos ¡es más difícil que hacer gárgaras boca abajo!


No todas las mujeres encajamos dentro del molde de la madre perfecta. Pero la mayoría hacemos lo mejor que podemos para cumplir con todas nuestras funciones… incluso convertirnos en la mamá mala cuando necesitamos que coman toda la comida.


¡Felicidades a todas las mamás malas en su día! A todas las villanas domésticas, que inicialmente por las buenas y finalmente por las malas, se esmeran en criar a niños responsables, honestos y sanos. A todas las mamis que hacen el esfuerzo de ser MALAS con sus hijos para educarlos y ayudarles a convertirse en adultos BUENOS.

COLADAS

Cada año aprovecho el letargo del mes de enero para preparar mi nueva agenda para el año que empieza. Lo primero que hago es transcribir todos los cumpleaños ya que si no los anoto no los recuerdo. Cuando termino mi tarea observo las blancas páginas de mi impecable agenda y pienso en como poco a poco se irá llenando de anotaciones, tachaduras, papelitos sueltos, volantes y tarjetitas hasta que no quede nada de ordenado en ella. Seguramente terminará el año atiborrada, deshojada, y rodeada de una goma para que no se desintegre.


Las maltratadas agendas de las madres son la evidencia más tangible de las miles de cosas que tenemos que barajar cada día. En ellas anotamos no solo nuestras actividades, sino también las de nuestros hijos y esposos. Las hojas resultan insuficientes para anotar todas nuestras tareas diarias, así como resultan insuficientes las mismas horas del día para hacer todo lo que tenemos a nuestro cargo.


Yo tengo que anotar TODO en mi agenda. De otra manera me olvidaría hasta de llevar a las nenas al baile! Pero lo peor no son las omisiones, sino las anotaciones hechas en las páginas equivocadas. ¡No van a creer lo que me pasó hace un par de semanas por anotar algo a los apurones!


Cada vez que las nenas reciben una invitación a un cumple lo primero que hago es registrarla en mi agenda. El día anterior al cumple anoto: “COMPRAR REGALO PARA FULANITO”. Luego anoto en la fecha pertinente el horario y el lugar del cumple. Tomé esta costumbre ya que como las invitaciones siempre tienden a perderse antes de que pueda fijar la fecha en mi memoria, a veces se me caen de la agenda, otras terminan traspapeladas y la mayoría de las veces terminan convirtiéndose en objeto de juego de alguna de mis hijas.


Cuando recibí la invitación de Ale, el hijo menor de mi amiga Carolina, la anoté en mi agenda como acostumbro hacer. Caía un viernes. El jueves, fiel a mis tareas diarias, fui a comprar el regalito y el viernes preparé a las nenas con sus vestidos más lindos para ir al cumpleañitos. Como tenía cita con el médico le pedí a mi mamá que lleve a las nenas al local donde se iba a celebrar el primer cumpleaños de Alejandro y ella las dejó en la hora indicada y en el lugar indicado. Mi marido quedó en buscarlas al salir de la oficina a las 7 de la tarde. Las buscó y ellas vinieron felices con sus globos, golosinas y sorpresitas.


Todo transcurrió tranquilamente hasta el jueves de la semana siguiente cuando recibí una llamada de Carolina. Charlamos de mil cosas y antes de cortar Caro me recordó: “Llevale que a las nenas mañana al cumple de Ale.” Yo le contesté: “Como que llevales, si YA LAS LLEVÉ!” Ahí mismo me quedé helada…. ¡Le había llevado a mis hijas al cumple equivocado! ¡Mis princesitas se fueron de coladas a un cumple por mi culpa!


Por lo visto había anotado el cumple de Ale en el viernes equivocado. ¡Que vergueeenzaaaa! Carolina se estaba destornillando de risa pero a mí no me resultaba nada gracioso. En mi mente imaginaba la cara con la que le habrá mirado la madre al no reconocer a sus invitadas y luego recordé el regalo que habían llevado con la tarjetita INMENSA sus nombres…. Osea que no solo se colaron a un cumpleaños al cual no habían sido invitadas, sino que dejaron una EVIDENCIA de su paso con nombre y apellido!


Por supuesto que yo estaba muerta de vergüenza, y como no tenía idea del cumple de quien era, ni siquiera podía llamar a disculparme y explicar lo que había sucedido. Las únicas que terminaron chochas fueron las nenas que tuvieron un cumple extra de yapa!

Mami estoy aburrida….

La frase que mas detesto oír de boca de mis hijas no es ninguna grosería ni chabacanería. Es una frase totalmente aceptable y de uso común y que muchas veces está absolutamente justificada, pero me saca de quicio cuando la pronuncia un niño. Se trata de la simple frase: “estoy aburrida”.


Un niño tiene derecho a muchísimas cosas según la Declaración Universal de los Derechos del Niño, pero bajo ningún supuesto tiene derecho al aburrimiento. El aburrimiento es un antónimo de la infancia, es totalmente incongruente e incompatible con un niño. Los niños no solo no tienen derecho a aburrirse, tienen la obligación de NO hacerlo y deberían estar penados con castigo si fallan en su intento.


No se porqué, pero hacia el final de las vacaciones esta generación de niños tan adictos a la tecnología tiende a repetir esta frase cada dos minutos. Mis hijas a esta altura del verano parece que se ponen de acuerdo para tomar turnos en decirme: “Mami, estoy aburrida”. Cada vez que escucho estas palabras provenientes de sus boquitas me entra una especie de furia interna.


Estoy segura que mis hijas no son las únicas que se “aburren”, creo que se trata de una cuestión generacional. Los chicos del siglo XXI, que crecieron con internet, juegos electrónicos y Cartoon Network, ya no tienen la necesidad de tener que inventar sus propios juegos y han perdido también la capacidad de asombro que teníamos nosotros.


En realidad el aburrimiento no tenía cabida en nuestra infancia. Como solo teníamos 2 canales de televisión y los dibujitos no duraban 24 horas, teníamos que ingeniarnos para matar el resto del tiempo. Jugábamos al aire libre los clásicos juegos infantiles, los cuales alternábamos con invenciones propias. Del clásico tuka’é pasábamos a una aventuras intergalácticas en una astronave improvisada con sillas, palanganas y cartones.


Le sacábamos el jugo a cada día y era imposible que nuestros padres nos encontraran quietos o sentados y mucho menos aburridos. Bueno, en realidad el único momento en el cual nos aburríamos era cuando forzosamente teníamos que estar sentados por horas en esos interminables viajes en auto al campo o a la playa. Igual encontrábamos entretenimiento cantando canciones tontas o jugando campeonatos de “Veo Veo” o de quien encontraba más autos verdes o más bicicletas en el camino. Como nuestras opciones eran muy limitadas y no estábamos acostumbrados a estar sentados por tantas horas el viaje era un verdadero suplicio en el cual lo único que hacíamos era preguntar cada media hora a nuestros padres cuanto faltaba para llegar. Pero creo que a parte de estas largas odiseas no les hinchábamos más a nuestros padres durante el resto del verano.


Hoy en día ya no podemos llegar ni a Luque sin que nuestros hijos empiecen a preguntar cada 5 minutos la tediosa pregunta “¿Falta muuuchooo?” Seguida de un sufrido “Estoy aburrido”. Forzosamente muchos padres se han visto obligados hasta a incorporar DVD a los autos para mantener a los chicos entretenidos en los viajes largos. Si decidimos pasar las vacaciones en el campo lejos de las señales de cable, internet y telefonía, lo más probable es que a nuestros hijos no les dure mucho el encanto de explorar el monte o andar a caballo y para el día siguiente empezarán a quejarse en coro porque están aburridos. Si les prohibimos jugar con el Nintendo o les limitamos las horas frente a la tele o la computadora a fin de alentarles a que estén más activos durante las vacaciones, lo único que terminamos ganando es estresarnos durante las vacaciones que tanto necesitamos escuchando sus plagueos colectivos y sus reiterados “estamos aburridoooos”.


La verdad es que la que está aburrida y harta soy yo. Este verano he decretado que cada vez que mis hijas me digan “estoy aburrida” encontraré una forma aún más tediosa para hacerles pasar el tiempo y hacerles valorar y disfrutar su tiempo libre. Ya preparé una lista de actividades y tareas que delegaré a mis hijas cada vez que me digan que están aburridas, como juntar mangos y guayabas, bañarle al perro (que por supuesto es SU perro para todos los supuestos, salvo aquellos relacionados a su cuidado) y sacar los yuyitos del pasto. Estoy segura que si soy constante con esto esta palabra poco a poco desaparecerá de su vocabulario!

La inocencia de los niños

Los niños tienen una inocencia innata y una capacidad increíble para verle siempre el lado bueno a todo. No saben fingir sonrisas y la mayoría desconoce aún las artimañas del engaño y dicen lo que piensan y como lo piensan con total sinceridad. Por supuesto que esta inocencia unida a su sinceridad muchas veces nos pone a nosotros, los padres, en situaciones muy incómodas. Recuerdo un acontecimiento que ilustra muy bien esto.


Paulina habrá tenido 3 años más o menos y jugando en un cumpleaños infantil se quedó mirando fijamente a una señora que tenía un lunar inmenso en la cara. Luego me estiró del brazo para mostrarme a la señora y sin disimular su asombro me dijo: “Mami, mirá a esa señora tiene un naná súper grande en su cara, se va a tener que poner muchísimas curitas”. ¡La señora por supuesto escuchó comentario y yo me quería morir de la vergüenza! Sin darme tiempo a reaccionar con total naturalidad le dijo a la señora que en su casa tenía muchísimas curitas con dibujitos y que si quería le podía prestar unas para que se le cure su naná. ¡Ahí ya directamente quería encontrar un agujero donde meterme! Por suerte la señora lo tomó con humor y por lo visto, ya acostumbrada a la a veces cruel inocente sinceridad de los niños, le explicó con mucho cariño que no era una naná, que era un lunar y que ella ya había nacido así. La verdad es que la señora se portó como una reina salvándome de esta situación tan embarazosa y dándole a Paulina las explicaciones que yo por decoro no quería hacer.


La verdad es que en esa ocasión su sinceridad e inocencia crearon la oportunidad perfecta para que aprenda ciertas cosas de la vida que los padres muchas veces evitamos explicar a nuestros hijos por no querer asustarlos o preocuparlos. Al salir del cumple le expliqué que no todas las personas tenían la suerte que tenía ella de haber nacido sanita y sin ningún problema. Que había muchas personas diferentes a ellas, algunas con marcas y manchas en la cara, otras que no podían ver o escuchar o hablar, o que le faltaban brazos o piernas o que estaban enfermitos pero que eran tan normales como ella. Le expliqué también que siempre tenía que ser respetuosa con ellos y tratarlos con naturalidad sin incomodarlos llamando la atención hacia sus problemas.


Pero a veces la sinceridad e inocencia de los niños nos pone en situaciones absolutamente embarazosas e insalvables. La historia más simpática es la de la hija de una amiga, que encontró en un cajón el anillo vibrador de sus padres (un juguetito sexual que acababa de ser lanzado y era la novedad de todas las parejas). La inocente niña pensó que era un anillo y lo llevó a un cumpleaños mostrándoles el “juguete de su mami” a todos sus amiguitos. Cuando mi amiga vio a su hija rodeada de niños riéndose mientras exhibía el anillo vibrador como si fuera el juguete más divertido del mundo ya era demasiado tarde. Todas las madres del cole ya se estaban destornillando de risa a su costa y creo que mi amiga no apareció en ningún otro acontecimiento escolar por el resto del año. Cuando nos contó su anécdota todas nos matamos de risa y para calmar sus nervios les contamos nuestras historias.


Personalmente tengo dos anécdotas similares. Paulina que en ese entonces tenía 3 años, encontró nuestro stock de preservativos y le llevó la caja a mi suegra. Pasándole un envoltorio le pidió a su abuela que le abra el chicle. Esto fue en el Baby Shower de una de mis cuñadas y sinceramente yo no sabía donde meterme. Me puse más colorada que un tomate y me pasé la tarde siendo la víctima de todas las bromas y hasta el día de hoy siempre me recuerdan aquel momento tan candente.


La segunda fue por suerte mucho más inocente. Le llevamos a nuestro caniche a un paseo familiar al campo. Nuestro perrito no encontró mejor cosa que hacer que intentar montarle a otro perrito que andaba por ahí. Fernanda, que tenía 4 años, con toda la inocencia del mundo empezó a gritar: “¡Mami, Mami, mirale a Peluchín, está haciendo filita con su nuevo amigo! Nosotros en la guarde también siempre hacemos filita” Desde entonces con Edu, como una especie de chiste interno, cada vez que nos referimos al acto sexual lo llamamos filita.


Estoy segura que ustedes también tienen miles de anécdotas relacionadas a la sinceridad e inocencia de sus hijos. Ojalá se animen a compartirlas conmigo en este blog!


Ding Ding Noni

Uno cree que los adultos salimos menos por viejos y aburridos. Pero les aseguro que no es por ninguna de estas cosas. Sencillamente no nos gusta trasnochar porque sabemos muy bien lo que nuestros hijos nos deparan al día siguiente.


Cada vez que llegan las fiestas de fin de año me ilusiono con ver que me voy a poner, con elegir los regalos y el menú y pienso en lo bien que voy a pasar con Eduardo y las nenas. Luego… como un flash informativo de alguna catástrofe llega a mi mente la imagen mental del barullo que van a estar haciendo mis hijas la mañana siguiente con sus juguetes nuevos.


Cuando una se convierte en madre, inmediatamente las fiestas pierden gran parte de su atractivo. Una termina agotada. Llegar relajada a la fiesta, como cuando nuestra única preocupación era que ropa nos íbamos a poner, se convierte en una utopía. Ahora tenemos que preparar la comida, organizar la casa que se queda vacía, vestir y arrear a los chicos, esconder los regalos, preparar la ropa de nuestros maridos y terminar vistiéndonos a las corridas para no llegar tarde a lo de nuestras suegras.


Los feriados posteriores, que antes aprovechábamos al máximo para relajarnos, reponernos de la trasnochada, dormir hasta tarde y andar en pijamas todo el día, ya no cumplen su objetivo. La realidad es que al día siguiente, nos despertamos con un martillo en la cabeza, al son de las mil y una melodías de los juguetes chinos que recibieron nuestros hijos.

Es tan cierto eso que te dicen tan proféticamente las otras madres cuando te embarazás por primera vez y te ataca esa somnolencia incontenible de los primeros meses. Todas te repiten en coro: “Aprovechá ahora y dormí todo lo que puedas ya que cuando nazca el bebé ya no vas a dormir más.” Por supuesto que nosotras ilusamente creemos que solo están exagerando… Ni bien nos convertimos en madres… nos espantamos al darnos cuenta no solo de que su profecía se cumple y sino también del hecho que en realidad estaban MINIMIZANDO la situación…


No hay palabras para describir las primeras noches de una madre primeriza…. Una se convierte en un zombie esclavizado por una maquinita de llanto y lo único que deseamos es encontrar un botón de OFF en el bebé para que nos deje dormir al menos una noche sin interrupciones. Y así empieza nuestra tortuosa travesía por las noches en vela….

Cuando finalmente empiezan a dormir de corrido e ilusamente creemos que al fin volveremos a dormir como antes, inmediatamente se les activa un instinto madrugador especialmente efectivo los feriados y fines de semana. Si bien cada día tenemos que luchar para despertarle entre semana para que lleguen a hora a la guarde o al colegio, los fines de semana ellos se levantan al alba sin la menor ayuda. Mi hija Victoria se levantaba a las cinco de la mañana todos los sábados, y cuando le decía que tenía que seguir durmiendo, abría las cortinas de par en par y me decía triunfante: “¡pero mami ya es de día!”


Por esto me propuse este año mandarle yo también una carta a Papá Noel que pedirá solo un regalo que creo que es muy merecido:


“Querido Papá Noel, como lo que más extraño es DORMIR A PATA SUELTA al día siguiente de las fiestas, y como me porté bien todo el año, te pido que por favor me regales más horas de sueño, al menos para el 25 de diciembre y el 1° de Enero. Si le hacés dormir al menos hasta las 10 de la mañana a mis tres gordas, te estaré eternamente agradecida. Atentamente, Una madre al borde.”