lunes, 13 de junio de 2011

PIOJOSAS


¡Cada vez que nuestros hijos empiezan a rascarse la cabeza, todas las madres nos ponemos a temblar! Sabemos que si la cabeza pica, lo más probable es que sean piojos. En nuestro interior rezamos para que sólo sean granitos de arena remanentes del arenero o alguna irritación pasajera. De inmediato nos ponemos a revisar obsesivamente sus cabecitas. Si llega a aparecer un huevito ya nos ponemos a llorar, porque sabemos que en algún lugar se ocultan esos pequeños desgraciados.

Nunca voy a olvidar la primera vez que Paulina trajo a la casa esta plaga. Como yo nunca había tenido piojos de chica no tenía ni siquiera idea de cómo eran y como Pauli es muy alérgica no me llamó en lo más mínimo la atención que se rascara la cabecita. Fue la niñera la primera en darse cuenta y evidentemente para cuando ella lo notó, la cabecita de Pauli estaba más sobre poblada de piojos que Tokio. ¡Ahí tuve mi primer encuentro cercano del tercer tipo con esta plaga; y fue verdaderamente MUY cercano, pues yo también tenía una colonia en mi cabeza! A mis veintipico me encontraba padeciendo por primera vez la presencia de estos molestos y bochornosos inquilinos. Por suerte los erradicamos rápido con un champú contra piojos y un peinecito.

El segundo brote fue aún peor porque las afectadas esta vez fuimos cuatro. El único que se salvó fue mi marido por pelado. Pauli nuevamente era la Tokio de los Piojos, yo era Sao Paulo, Fernanda era Nueva York y Julieta era México, DF. No les puedo explicar las horas que perdí luchando contra sus protestas para aplicarle la loción a las tres, lavarles con el champú y luego peinarles con el peinecito y luego repetir todo el procedimiento en mi propia cabeza. Pero aún peor fue el hecho de que esta cepa de piojos parecía resistente hasta a la radiación atómica. La loción y el champú no les hacían ni cosquillas y al cuarto día de tratamiento las cuatro seguíamos rascándonos como monos.

Decidí tomar medidas más extremas. Las cuatro nos cortamos el pelo. Como me daba demasiada vergüenza ir en semejantes condiciones a la peluquería hice de peluquera domiciliaria y las cuatro terminamos con unos carrés que más que carrés eran cortes karês. Mi corte, por obvios motivos, fue el peor logrado de todos. Luego empecé a probar de todo, pasé por todas las marcas de pediculicidas (¡no se asusten que se llaman así!) disponibles en las farmacias a cuanto yuyo y ungüento natural me recomendaban. Me convertí en la Menguele pediculicida. Probé con vinagre, enjuagues con ruda, eré eréa y los desgraciados seguían comodísimos en nuestras cabezas.

En mi desesperación empecé a pedir auxilio a familiares, amigas y hasta a mi peluquero (quien hasta ahora me tienta por la bochornosa consulta). Me recomendaban cosas tan raras y traídas de los pelos (que expresión más adecuada para este incidente), que no me animaba a probarlas en mis hijas. ¡Me recomendaron que machacara naftalina y se las aplicara como talco en el pelo, que les pusiera Pif Paf, Mápex líquido y hasta que les pusiera hormiguicida en la cabeza!

Al final tuve que resignarme a la “extracción manual” peinando por horas nuestras cabelleras con un peinecito que arrancaba más pelos que piojos, pero que a la larga (y verdaderamente fue larga la “despiojación”) terminó siendo efectivo. ¡Tuvieron que transcurrir 15 días hasta estar todas absolutamente libre de estas alimañas!

Pero lo peor estaba por venir. A mis hijas les pareció tan divertido el incidente piojoso que se encargaron de contárselo hasta a la cajera del súper. Fernanda que es la más charleta de las tres, fue la más boca suelta. A quien encontraba le contaba horonda y hasta con orgullo: “Sabés que…. YO le contagié piojos a mi mami ¡y teníamos MUCHÍSIMOS pero MUCHISISISISIIIISIMOS PIOJOS!” Yo roja como un tomate me limitaba a sonreír con cara de circunstancia a la interpelada mientras le estiraba el bracito para que se callara. ¡La verdad que para una madre no hay peor pelada que ser tan piojosa como sus hijas!