lunes, 17 de octubre de 2011

EL MIEDO A LA OSCURIDAD



Uno de los principales temores de los niños es la oscuridad. Las tinieblas y la penumbra esconden para ellos una cantidad tremenda de monstruos y espantajos. Siempre me he preguntado de donde viene este temor por lo oscuro. ¿Por qué la falta de luz proporciona el terreno ideal para que su fértil imaginación siembre en ella sus temores?

Recuerdo que de niña le tenía pavor a la oscuridad. Mi mamá siempre tenía que dejar prendido un velador; pero aún así, la débil luz del velador llenaba mi cuarto de sombras que mi imaginación animaba con la forma de variopintos monstruos y espectros. Cuando me despertaba en el medio de la noche tenía que armarme de muchísimo coraje para atravesar corriendo el pasillo oscuro que llevaba a la pieza de mis padres. Hasta ahora recuerdo lo fuerte que latía mi corazón en esas carreras nocturnas. Una vez alcanzada la meta, procedía a introducirme clandestinamente en su cama, tratando de no despertarlos. Si lo hacía, tenía más que asegurado un prontísimo retorno a mi pieza.

Ahora me toca a mí ser despertada por el ruido de la estampida de piececitos de mis hijas corriendo a mi pieza en el medio de la noche. Luego viene todo el trajín de tranquilizarlas, asegurarles nuevamente que los monstruos no existen (ni siquiera el Chupacabras, por más de que el video que vieron en Discovery Chanel asegure lo contrario) e intentar convencerles que regresen a su pieza. 

Lo más irónico de todo esto es que a la hora de tener que atravesar solitas la oscuridad para regresar a su cuarto, jamás vuelven a encontrar el mismo coraje que tuvieron para salir de él. Por lo que tenemos que resignarnos a levantarnos en plena noche para acompañarlas a su pieza o, si ya no nos da el cuero, hacerles un lugarcito en nuestra cama.

A veces hasta yo quiero alegar que le tengo miedo a la oscuridad para no tener que levantarme de mi cama en el medio de la noche. Una vez, medio zombie aún intenté razonar con Pauli y le dije: “Mi amor, ¿me podés explicar, si es que verdaderamente hay un monstruo en tu ropero, qué diferencia va a hacer que yo te acompañe de vuelta a tu pieza? Yo no soy un súper héroe, ¡no le hago ni cosquillas a los monstruos!” ¡GRAN error! En mi afán por no despegar mi cara de la almohada, terminé asustándola aún más. Pauli se largó a llorar desconsoladamente: “¡Buaaaaa! ¡Viiiiste que los monstruos existen, vos también le tenes mieeeedooooo!”

Ahora ya sé, que cuando empieza el rumor de pasitos apurados a la madrugada no hay razonamiento que valga y para seguir durmiendo en paz lo único que me queda por hacer es correr la sábana y hacerles un lugarcito.