martes, 25 de septiembre de 2012

EL CIRCO DE BARRIO




Cuando pensamos en el circo, la cabeza se nos llena de magia mientras imaginamos una enorme carpa y un espectáculo absolutamente maravilloso. Por supuesto nos imaginamos mentalmente el show imponente de algún circo de nombre rimbombante. Yo creía – erróneamente- que el estado de asombro que despierta el circo en los niños estaba directamente asociado a la calidad del espectáculo. ¡Hasta que me di cuenta que para un niño, el cirquito de barrio de un par de payasos puede ser tan impactante como el espectáculo más maravilloso del Cirque du Soleil!

Mi experiencia cirquera sui generis se dio hace un par de años, cuando girando con la flia un domingo cualquiera dimos a parar con un tolderío de mala muerte instalado al lado de una capilla de barrio, que se hacía llamar “circo”. Eduardo y yo nos miramos, y ante el aburrimiento generalizado de las nenas y nuestro, decidimos que era una opción tan válida como cualquiera para salir del sopor post almuerzo de domingo.

Así los cinco decidimos entrar a aquella carpita sucia y llena de agujeros. Eduardo y yo nos encontrábamos algo escépticos ante la calidad del show que íbamos a presenciar. Las nenas sin embargo, desde el momento en que pusieron un pie dentro de la carpa ya se encontraban saltando ante la expectación. Tomamos asiento y hace su entrada el presentador (que resultó que también era el traga sable, el malabarista, domador de perros y el equilibrista del show). A todo pulmón, como si estuviera anunciando al mismísimo rey de España exclamó: “Y ahoooraaaa, el fabulooooso Winston rey de la cuerda floja y domadoooooor de las altuuuuuuras, quien hará su show (redoble de tambores de fondo) SIIIIIN red de seguridad.” Sale el presentador y 5 minutos después vuelve a entrar pero ahora vistiendo un enterizo de lycra ajustadísimo y lleno de purpurina. La “cuerda floja” resultó ser una vara de metal que medía como 20 cms de ancho y como ésta no estaba ni a 1 metro y medio del piso, la red de seguridad resultaba un despropósito. 

Eduardo y yo empezamos a reír ante lo absurdo de este show. Pero la actitud del equilibrista nos hizo callar. El hombre caminaba sobre la barra como si se tratara de una cuerda floja colgando entre dos edificios de mil pies de altura. Hasta simulaba perder el equilibrio para aumentar el suspenso en los niños. Caminaba por esa vara, como si su vida colgara de un hilo y por supuesto los niños estaban muertos de ansiedad maravillados ante su proeza.

Luego anuncian a la “bellísima y maravillosa Daisy de las Alturas”. Daisy, resultó ser, ante mi más puro asombro, UN TRABA. ¡Si, un travesti en un show infantil! Pero de esos que no disimulan luego su género. Me largué a reir ante lo cómico de esta situación, pero Daisy me hizo callar nuevamente. Taaaan glamorosa era Daisy, que hacía un show tratando de caber a duras penas en un aro que colgaba del toldo. Sus hombros anchos y cuerpo voluminoso le hacían un poco difícil la tarea de manejarse dentro del aro; pero toda su actitud, sus miradas al horizonte poseedoras de la gracia de una prima ballerina del Bolshoi, hacía que pareciera más que un travesti de 2 metros 10, un delicado canario posándose delicadamente en su aro. Por supuesto que para mis nenas Daisy era más femenina que su mismísima madre y jamás se les cruzó por la cabeza la idea de que no fuera una mujer. ¡Para ellas Daisy era una princesa!

Luego volvió el fabuloso Winston, ahora convertido en malabarista. El pobre era más descoordinado que un maraquero con parkinson. Se le caían todos los objetos que lanzaba al aire, y él mismo se tropezaba cada vez que intentaba recogerlos. Un desastre. Pero aún así las nenas estaban muertas de risa y felices con el show.

Luego, Fernanda empezó a preguntarme cuando iba a salir el efelante. Pobrecita la enana esperaba leones y osos bailarines. En su mente de niña cabía un elefante y mucho más en aquel toldito de morondanga. Los animales resultaron igual de encantadores para ellas. ¡Tres caniches bailarines que hacían más trucos que toda la troupe humana del circo! Hasta se pusieron a jugar futbol ante el asombro y el deleite de los chicos.

Luego viene el animal más grande del circo: el pony. Que había sido que hacía el papel de fiera por lo arisco. Los payasos le invitaron a un gordito del público a montarlo y de repente el pony se cabrea y se larga contra el público. Nosotros salimos corriendo del paso del pony arisco y la cara de susto del gordito que se sostenía a duras penas sobre su lomo aún me hace descostillarme de risa. ¡El cirquito de barrio resultó tener hasta espectáculos de acción!

Tras unos shows de magia e innumerables sketches de payasos vino el broche de oro: BARNIE. ¡Si, a falta de elefantes, el Gran Circo del Barrio tenía al mismísimo Barnie como integrante del elenco. Las nenas, que por entonces eran chiquitas CASI se desmayan de la emoción. Lo presentaron luego como si venía el mismísimo Barnie, recién salido del aparato de TV como por arte de magia. El disfraz era la cosa más burda y lamentable de todo el show. Pero las nenas se creyeron ante el mismo Barnie de la tele y no podían salir de su asombro. Creo que Fernanda hasta soltó unas lagrimitas de emoción.

Moraleja de la historia: me gustaría tener la misma inocencia de mis hijas y maravillarme como ellas se maravillaron con tan poco. ¡Qué lindo es dejarse envolver por la magia del circo, aunque sólo sea la de un circo de barrio, chiquito pero presto para llenar de alegría al corazón expectante de los niños!