Uno de los momentos más lindos del año es el 9 de diciembre, fecha en la cual, siguiendo la tradición familiar, armamos el pesebre. Se quedará armado, engalanando de navidad a nuestra casa, hasta el día después de Reyes, fecha en la cual, junto con todas las decoraciones navideñas, pasará a archivo hasta las siguientes fiestas.
Armarlo es todo un acontecimiento. En primer lugar se abren las cajas que lo atesoran y vamos desenvolviendo del papel diario que protege a cada una de las piezas que lo conforman. Luego se arma el escenario, se ubican las piezas de cerámica, se colocan las frutas y finalmente lo perfumamos con el aroma de nuestras navidades poniendo la flor de coco.
Recuerdo los pesebres que armábamos con mi abuela y con mi madre cuando era chica. Todos en la casa participaban, hasta los más chiquitos. Yo tenía que ir al almacén a comprar papel madera y azul para armar los cerros. La preparación de los cerros era la tarea asignada a los niños. Las cocineras preparaban una olla llena de engrudo y nos la daban junto con platitos con harina, arena, yerba y tintura azul para que salpicáramos con ellos toda la superficie del papel madera al más puro estilo de Jackson Pollock. Una vez terminada y secada nuestra obra maestra abstracta, nuestras madres armaban una estructura con cartones y muebles viejos, sobre la cual iban dando forma a los cerros valiéndose de alfileres.
Luego venía la parte más divertida. Ubicar las figurillas. El pesebre de mi abuela debe haber tenido mil ovejas, al menos así lo archivó mi imaginación de niña en mi memoria. También había pastores por docena, ángeles, pobladores, vacas, burros, patos y los infaltables reyes magos con sus respectivos camellos. Por supuesto, el eje del pesebre eran San José, la virgen y el niño Jesús. Imagen que por tradición colocábamos recién en la Noche Buena en el lugar central que le habíamos preparado en nuestra composición. El niñito Jesús era la imagen más querida del pesebre, aquella que más ternura despertaba siempre en todos. Recuerdo que una vez encontramos al niño Jesús cubierto con una servilleta. Mi hermanita menor, Giuli, lo había tapado porque como estaba desnudito y tenía miedo que tuviera frío durante la noche.
El pesebre que armaba mi madre era aún más imponente. Parecía una gigantografía del pesebre que yo hoy armo con mis hijas. Creo que su alma de coleccionista le hacía sentirse pobre de ovejas cada año; por lo que ni bien empezaba Diciembre, ya partíamos rumbo a Areguá para reabastecernos de estos lanudos cuadrúpedos y de cuanto bichito despertaba su interés. Así nuestro pesebre incorporó a especies de animales tan diversos como para llenar el arca de Noé, e incluso elementos insólitos como papagayos, ranas, y serpientes. Con espejitos armaba estanques navegados por cisnes, patos y unos coloridos pececillos que había encontrado en una de sus expediciones aregueñas.
Con mis hermanos cada año contribuíamos a aumentar el número de piezas, interviniendo al pesebre con nuestros juguetes. Así empezaron a rodear a la Sagrada Familia algunos mini pony, un chapulín colorado, un par de cariñositos, media aldea de pitufos y hasta He Man y su tigre Cringer. Me da mucha gracia recordar esto ya que hoy en día mis hijas mantienen viva la costumbre, por lo que no es de extrañar que eventualmente aparezca algún dinosaurio o Barbie en pleno pesebre.
Debo ser honesta, una madre al borde como hoy en día lo somos muchas de nosotras, a veces no disponemos de todo el tiempo (ni la energía) que tenían nuestras madres a la hora de armar los pesebres. En casa mi pesebre es una versión ultra mini, extra small, micro pequeña más propia de la nanotecnología que de la decoración navideña. Por su puesto no le llega ni a los talones al pesebre de mi madre. Pero por más pequeño y poco pretensioso que sea nuestro pesebre, es enormemente importante para nosotros. El pesebre que todos armamos juntos se convierte en el logro personal de cada uno. Yo lo llamo “mi pesebre” y de la misma manera lo llaman cada una de mis tres hijas. Para todos es “mi pesebre” pues todos nos sentimos orgullosos del resultado final.