Al fin llegó Julieta. El parto fue normal; ya no tan doloroso como los anteriores pero tan emocionante como el primero. Nació mi gordita, sanita, pesando tres kilos y medio de ternura absoluta. Sus rollitos, sus manitos regordetas, su boquita perfecta son una delicia para mis ojos de madre.
En el sanatorio empezaron las comparaciones: Que tiene la nariz de la tía Rossana, que se le parece al papá (evidentemente, comentario de mi suegra), que se me parece a mí (respuesta de mi madre)… en fin, parecida hasta al tío abuelo Pochocho. No entiendo cuál lo que es el trauma de la gente de encontrarle parecido a un ser tan nuevo y único como lo son todos los bebés. Es cierto que tienen aires que nos recuerdan a veces a seres queridos, a personas que amamos. Cada vez que miro a Paulina, mi hija mayor, creo estar viendo de nuevo los ojos de mi papá, quien ya no está.
Cuando estaba embarazada me sentía regia, plena y feliz de llevar dentro mío a mi bebita. El día que nació fue el tercer día más feliz de mi vida, hasta ahora cuando lo recuerdo me emociono. Claro está que esta felicidad duró exactamente desde las 11:45, hora en la que nació, hasta las 22:00.. Ahí empezó mi tortura, la difícil tarea que nunca se acaba. Esos llantos nocturnos que son el preludio a un sinfín de noches sin dormir.
Como el parto fue largo y agotador, cada vez que me tenía que levantar de la cama era como ir caminando a Caacupé. Estaba agotada, hinchada, me picaban las piernas por la analgesia, me dolían los pechos que se estaban cargando de leche, y Julieta simplemente lloraba y lloraba hasta llegar a ellos. Cuando dejaba de mamar se dormía por unas horitas, que con mi nivel de cansancio parecían microsegundos.
¡Cada vez que pienso en los meses por venir me entra una desesperación! Recuerdo una publicidad que me pareció genial, en la que un bebé lloraba y la madre simplemente apretaba un botón de OFF y el llanto cesaba. ¡Qué cosa maravillosa sería que los bebés vinieran con un botón, o al menos una sordina!
Todos estamos de acuerdo en que los bebés son seres encantadores que hacen que nuestros corazones se inunden con el amor que sentimos; ¡pero qué hambrientos llegan a este mundo! Te hacen pensar cosas absurdas, como por ejemplo, cuestionarte por qué los seres humanos tenemos que ser mamíferos, por qué lo que no descendimos de los ovíparos. Ponés un huevo, te sentás encima y cuando nacen, ya son seres independientes a los que solo necesitás acercarles la comida. Querés ser hasta una mujer lagarto con tal de obviar el sacrificio que es para las mamás el proceso inicial de amamantar.
Es cierto, parece que en nuestra leche se nos va ese amor que nos desborda el corazón, directamente hasta sus pancitas. Siempre siento eso cuando les doy de mamar a mis hijas. Como que el amor que siento me rebasa el pecho explotando en una catarata de gotas blanquecinas que van directamente de mi alma hasta la suya.
Qué gran acto de amor es dar de mamar. No solo por lo que una siente, sino por el sacrificio que conlleva. Como todo gesto de amor, es desinteresado, generoso y heroico. En este momento, soy la Juana de Arco de la leche. Levantándome con abnegación cada vez que escucho el llantito de mi beba. Mis ojeras testimonian las noches en vela, mis senos, mi piel, mis cabellos, mi ser entero entregado a ella. Estoy convertida en un biberón con patas, una sonámbula agotada que camina envuelta en un manto de gloria y santidad, plenamente convencida que su sacrificio es por un bien mayor.
A Julieta, como hice con Paulina y Fernanda, pienso darle de mamar por un año entero. Seguramente los pechos me llegarán hasta el ombligo al terminar esta tarea, y por supuesto, mis ojeras acompañarán este trayecto. Se me caerá el pelo, se me quebrarán las uñas, estaré siempre expuesta a la pública exhibición de mis senos, a los bochornosos goteos, al agotamiento general por dormir menos que un médico de guardia. Pero estaré feliz y confiada de que esta entrega no es en vano. Mi beba crecerá sanita, fuerte y se convertirá con mi ayuda en esa persona maravillosa y luminosa que está destinada a ser.
ILUSTRACIÓN. JOANA WASZAJ
En el sanatorio empezaron las comparaciones: Que tiene la nariz de la tía Rossana, que se le parece al papá (evidentemente, comentario de mi suegra), que se me parece a mí (respuesta de mi madre)… en fin, parecida hasta al tío abuelo Pochocho. No entiendo cuál lo que es el trauma de la gente de encontrarle parecido a un ser tan nuevo y único como lo son todos los bebés. Es cierto que tienen aires que nos recuerdan a veces a seres queridos, a personas que amamos. Cada vez que miro a Paulina, mi hija mayor, creo estar viendo de nuevo los ojos de mi papá, quien ya no está.
Cuando estaba embarazada me sentía regia, plena y feliz de llevar dentro mío a mi bebita. El día que nació fue el tercer día más feliz de mi vida, hasta ahora cuando lo recuerdo me emociono. Claro está que esta felicidad duró exactamente desde las 11:45, hora en la que nació, hasta las 22:00.. Ahí empezó mi tortura, la difícil tarea que nunca se acaba. Esos llantos nocturnos que son el preludio a un sinfín de noches sin dormir.
Como el parto fue largo y agotador, cada vez que me tenía que levantar de la cama era como ir caminando a Caacupé. Estaba agotada, hinchada, me picaban las piernas por la analgesia, me dolían los pechos que se estaban cargando de leche, y Julieta simplemente lloraba y lloraba hasta llegar a ellos. Cuando dejaba de mamar se dormía por unas horitas, que con mi nivel de cansancio parecían microsegundos.
¡Cada vez que pienso en los meses por venir me entra una desesperación! Recuerdo una publicidad que me pareció genial, en la que un bebé lloraba y la madre simplemente apretaba un botón de OFF y el llanto cesaba. ¡Qué cosa maravillosa sería que los bebés vinieran con un botón, o al menos una sordina!
Todos estamos de acuerdo en que los bebés son seres encantadores que hacen que nuestros corazones se inunden con el amor que sentimos; ¡pero qué hambrientos llegan a este mundo! Te hacen pensar cosas absurdas, como por ejemplo, cuestionarte por qué los seres humanos tenemos que ser mamíferos, por qué lo que no descendimos de los ovíparos. Ponés un huevo, te sentás encima y cuando nacen, ya son seres independientes a los que solo necesitás acercarles la comida. Querés ser hasta una mujer lagarto con tal de obviar el sacrificio que es para las mamás el proceso inicial de amamantar.
Es cierto, parece que en nuestra leche se nos va ese amor que nos desborda el corazón, directamente hasta sus pancitas. Siempre siento eso cuando les doy de mamar a mis hijas. Como que el amor que siento me rebasa el pecho explotando en una catarata de gotas blanquecinas que van directamente de mi alma hasta la suya.
Qué gran acto de amor es dar de mamar. No solo por lo que una siente, sino por el sacrificio que conlleva. Como todo gesto de amor, es desinteresado, generoso y heroico. En este momento, soy la Juana de Arco de la leche. Levantándome con abnegación cada vez que escucho el llantito de mi beba. Mis ojeras testimonian las noches en vela, mis senos, mi piel, mis cabellos, mi ser entero entregado a ella. Estoy convertida en un biberón con patas, una sonámbula agotada que camina envuelta en un manto de gloria y santidad, plenamente convencida que su sacrificio es por un bien mayor.
A Julieta, como hice con Paulina y Fernanda, pienso darle de mamar por un año entero. Seguramente los pechos me llegarán hasta el ombligo al terminar esta tarea, y por supuesto, mis ojeras acompañarán este trayecto. Se me caerá el pelo, se me quebrarán las uñas, estaré siempre expuesta a la pública exhibición de mis senos, a los bochornosos goteos, al agotamiento general por dormir menos que un médico de guardia. Pero estaré feliz y confiada de que esta entrega no es en vano. Mi beba crecerá sanita, fuerte y se convertirá con mi ayuda en esa persona maravillosa y luminosa que está destinada a ser.
ILUSTRACIÓN. JOANA WASZAJ
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con tus palabras. Acabo de tener un precioso y sanito bebé y es así mismo como vos decís, estos preciosos bebitos se convierten en "patroncitos" y nosotros sus esclavas y esclavos en su atención, por el cambio de pañales digo y por el amamantamiento que en realidad es muy agotador pero reconfortante 100% al saber que le estamos dando a nuestros hijos lo mejor que podemos y que eso los hará crecer fuertes y sanos :-P
Y cierto es, con qué hambre vienen al mundo!! y la verdad que esos mismos cuestionmientos que decís uno se hace, ja ja ja, tal cual.
Felicidades por este espacio y espero que puedas seguir escribiendo mas cosas.
También te leí en la revista VOS que estaba en el consultorio de mi ginecólogo :-)
me siento plenamente identificada con tus experiencias!!! a mi primer hijo le di de mamar hasta el año y 10 meses porque me entere que estaba embarazada! ahi corte con el tema 9 meses hasta que nacio la segunda, quien esta mamando ahora mismo y tiene nada menos que 3 años!!!! ya es un vicio para dormir pero es lo unico que funciona para parar a la conejita de duracel!!!! realmente bruno tomo antibioticos 3 veces en su vida (6años) y paulina una vez, nunca una bronquitis ninguno de los dos y nebulizaciones 1 vez! todo el mundo me critica pero la mayoria se la pasa en el pediatra con sus niños, nose, es creer o reventar!!!! me encantas tus historias!!!!feliz de leerlas!!!
Publicar un comentario