Cada vez que escucho la palabra
zoológico siento el impulso de agregar “lógico- lógico”, siguiendo el ritmo de una
canción de mi infancia cantada por Bibi Landó en su programa “El Sueño Mágico
de Bibi”. Tal vez muchos de ustedes no recuerden el programa, y menos aún la
canción. Es que fue hace mucho, mucho tiempo. Todavía sólo teníamos dos canales
de TV, a las cámaras había que correrles el rollo, y los CDs aún no habían
desplazado a los casetes.
Adoraba esta canción y cuando me
convertí en mamá se las enseñé a mis hijas, cantándola junto a ellas cuando
íbamos del paseo al zoológico. Este es uno de los paseos favoritos de mis
hijas. Sobre todo de Paulina que es la más animalera.
Ellas se emocionan observando a
los animales. El elefante y el hipopótamo (el felante y el popótamo según
Julieta) son los que más les llama la atención.
Por más de que ya los vieron más de veinte veces, siguen quedándose
boquiabiertas frente a sus jaulas. Y honestamente, yo también me maravillo cada
vez que los veo. Parecen seres de otro planeta, tan gigantes, extraños y
fascinantes.
Los monos también nunca dejan de
divertirlas. Una vez un monito chiquito me estiró la mano, intentando robarme
el anillo. Yo empecé a reír a carcajadas junto a mis tres hijas y les juro que
el pícaro monito también empezó a reír con nosotras. Desde entonces siempre
vamos a saludarlo como a un viejo amigo para ver qué nuevas travesuras tiene
para divertirnos.
En los últimos años el zoo cambió
mucho. Recuerdo lo triste que me sentí la primera vez que fui como adulta,
cuando Paulina aún era bebé. Los animales daban pena, mirando al piso con sus
ojitos tristes mientras daban vueltas en sus diminutas jaulas. El lugar estaba
sucio, muchas jaulas estaban abandonadas (probablemente debido a la muerte de
sus ocupantes). Había tan pocas especies que habían puesto Koatìes en toda una
hilera de 20 jaulas, por lo que más que un zoo, parecía una exhibición de
Koatís. En mis siguientes visitas a lo largo de diez años vi como fueron apareciendo
padrinos de los animales, que se encargaban de remozar sus jaulas y apoyar su
sustento. Muchas jaulas se transformaron en pequeños hábitats, con plantas,
estanques y más espacio para que los animalitos se muevan. Aparecieron carteles
informativos y se empezaron a ver más cuidados los jardines. En realidad ver
esta mejoría siempre era reconfortante. Mientras mis hijas se maravillaban con
los distintos animales, yo me maravillaba con las mejoras.
Al terminar nuestro recorrido por
el zoo, nuestro paseo no está completo sin un picnic en el jardín botánico. A
veces elegimos sentarnos cerca del lago y otras buscamos un rincón con más
sombra para resguardarnos del inclemente sol. Extendemos una manta grande sobre
el pasto y nos sentamos a comer sandwichitos y tomar refrescos. Luego las nenas
se ponen a jugar en el parque. A veces me distraigo con un libro, pero
sinceramente, la mayoría de las veces me entretengo simplemente observándolas saltar
y reír felices.
Tener a tanta naturaleza tan
cerca de nuestras casas es un deleite. Es una pena que prefiramos ir a otros
sitios con nuestros hijos. Deberíamos buscar más actividades como estas, al
contacto con la naturaleza, al aire libre, con mucho lugar para moverse y relajarse,
en vez de ir a tanto shopping y tanto patio de comidas. Afortunadamente para mí
y para mis hijas el paseó al zoo y al botánico no tiene rivales. No hay
shopping que le haga sombra ni patio de comidas que pueda sustituir a nuestros
picnics bajos los árboles. ¡Les invito a hacer el cambio!
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