Toda madre al borde sabe, que
nuestros hijos no son los únicos en alterarnos. Muchas cosas nos alteran:
nuestras medias naranjas, las cuentas, la lista de útiles, las interminables
idas al súper, las chofereadas desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Y
entre todos aquellos factores que pueden alterar nuestra paz, aunque usted no
lo crea, también se encuentran otras madres.
Pero aquellas en alterarnos no
son las madres como nosotras, las de carne y hueso (por lo general más carne
que hueso), las madres al borde, las madres como una. Sino ESAS OTRAS madres.
Las regias, las insoportables y las
perfeccionistas maniacas archi-competitivas. Esas madres regias e impecables que
nunca tienen un pelo fuera de lugar y que al sentarse al lado nuestro en la
reunión de padres hacen que nuestro acachará quede resaltado con flúor.
Empecemos con las regias. Díganme
si no hay nada más alterante que una madre que llega al cole a las 7:00 am como
recién salida de una revista, planchada, almidonada y remojada, con las manos
hechas, brushing autoinmune a la electricidad estática, toda perfumada y
chururú. Y luego llegamos nosotras, como recién salidas de la cama, zombies, caóticas y alteradas, con el
esmalte añejo, nuestro pelo revuelto, apestando al todynho que se derramó en el auto de ida al cole y absolutamente
zaparrastrosas de pies a cabeza.
Si bien odiamos las
comparaciones, nosotras mismas somos las primeras en comparar su look regio con
nuestro look plebeyo -patético. Pero no es solo su inmaculada pulcritud
comparada a nuestro atroz atuendo deportivo matutino lo que nos altera. Es todo
lo que ella representa: el hecho de que se puede ser madre sin engordar 20
kilos en cada embarazo, que las piernas sin celulitis había sido que existen, que
se puede ser buena madre y regia al mismo tiempo, que ser madre no
necesariamente implica ir por la vida alterada y eternamente al borde. Estas
madres son como bailarinas de ballet: a pesar de estar haciendo un esfuerzo
tremendo, siempre mantienen la gracia, logrando que ni siquiera se les mueva un
pelo, ni se les escape una sola gota de sudor; de manera a que nada en su
expresión o aspecto delate alteración
alguna. ¡No podemos evitar odiarlas por el solo hecho de existir!
Hay otras madres, que son
simplemente densas y plagas. Estas madres entran en el perfil de las
“insoportables”. En todo grado hay una. Esa que ni bien se sienta empieza una
letanía de plagueos contra la escuela, los otros padres, los otros niños, los
profesores, la política, el tráfico, el estado del tiempo. Motivos, nunca le
faltan, y si escasean se los inventa o
los colorea para acentuar el dramatismo de su existir. Digamos que es una madre
exageradamente al borde, demasiado ya como para caernos en gracia o hacernos
sentir empatía hacia ella. Ella tiene que estar en todo, solo para tener con
quien plaguearse. Es aquella que hace de las peleas un hobbie. Le encanta
ponerse en el centro de las crisis, riñas y cotilleos. Y cuando no reina el
caos es la primera en generarlo. Es la tediosa que vive de lamentación en
lamentación y la odiosa que ama liderar las cruzadas anti violencia con
violencia, las pro justicia con injusticia y las pro familia con intolerancia.
Por último pasemos a las
perfeccionistas maniacas archi competitivas. Aquellas que se entregan con toda
su fuerza vital a convertir la crianza de su hijo o hija en un arte, por el
solo hecho de lucirse. En su mundo, cada logro precoz de su hijo prodigio la
ubica un peldaño por arriba de todas las demás madres. Está convencida de que
ella es la súper mamá de un súper niño y que eso le da suficiente derecho como
para criticar y aconsejar a todas las madres ineptas que la rodean. Es la que
te mira como bicho raro por no darle a tu hijo alimentos orgánicos, la que se
escandaliza si se entera de que le pones en el merendero juguitos en caja o
alimentos procesados, las que te mira con penita porque no le estás capacitando a tu hijo de cuatro
años para el futuro. Sus pobres hijos tienen agendas más ajustadas que el
gerente de un banco, pues pretenden que sean políglotas antes de terminar la
primaria. Pero la cerecita de la torta, es que además de creerse la biblioteca
andante de la maternidad, se pasan el día comentando las proezas precoces de
sus mini Einsteins orgánicos como si estuvieran describiendo una de las siete
maravillas del mundo.
La alteración que nos producen
estas madres es proporcional a la pena que nos dan sus hijos. ¡Projimos! Pensar
que a nosotras nos cuesta compartir unas cuantos momentos con ellas, ¡ y los
pobrecitos las tienen que aguantar todo el día!
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