¡Qué calor de locos! ¡Febrero es
un mes insoportable para los que no toleramos el calor y hasta para quienes lo
toleran! Las piletas y pelopinchos se han convertido en una necesidad
indispensable para hacer frente a las temperaturas del verano.
Durante los meses de enero y
febrero la pileta se convierte en el PC de toda la familia. A mis hijas le
salen escamas de tanto nada, Eduardo se desestresa sacando las hojitas de la
pileta tal como si se tratara de un jardín zen y yo me tumbo en la colchoneta a
tomar sol como un lagarto. Llenamos nuestras expectativas veraniegas
encontrando en ella: diversión, relax y el tan anhelado bronceado veraniego.
Pero sin lugar a dudas, quienes
más la disfrutan son las tres enanas. Parecen pececitos nadando de aquí para
allá. Sus gritos y chapoteos se escuchan por todo el patio. Adoro verlas jugar
a las carreras. Pauli, por su edad y tamaño obviamente sale victoriosa en todas
las carreras. Fernanda no logra ganarle ni con toda la ventaja que le da la
hermana mayor. El juego que más alboroto causa es tiburón. Creo que ni el mismo
Steven Spielberg pudo lograr gritos tan histéricos de sus actrices. Es un caos
total en el cual las risas nerviosas y los gritos teatrales se suman a las
carcajadas, chapoteos y eventuales peleas. Cada vez que escucho a una gritar:
“¡Marcooooo!” y la subsecuente respuesta en coro de: “¡Poooolo!” siento una
regresión automática a mi propia infancia. ¡Como habré jugado este juego con
mis primos y mi hermana! No había siesta que no lo jugáramos.
Además de los juegos siempre
están las demostraciones de proezas infantiles. Sus despliegues de saltos son
interminables. Me la paso alternando de la revista de turno a la demostración
de salto alternada que hacen consecutivamente Fernanda, Paulina y hasta la
caradura de Julieta que da unos mini saltos en los escalones por no quedarse
atrás. Cada una de ellas grita entusiasmada: “Mira este salto mami” y en sus
rostros se notan que se creen atletas olímpicas saltando por la medalla de
oro. Por supuesto sus saltos tienen
menos gracia que helado dietético, pero yo siempre les aplaudo admirada como si
me estuvieran mostrando proezas dignas de Nadia Comaneci.
Como se divierten tanto, evitan
en lo posible salir de la pileta… ¡ni para ir al baño! Por suerte Pauli y Fer
ya superaron esta etapa, pero Julieta con sus tres añitos aún convierte la
pileta en una “pipileta”. Tengo que estar re atenta ya que cada vez que se
queda callada y se sienta con cara de circunstancia ya se bien que está
intentando disimular el hecho de que está haciendo pipí en la pileta. Al menos
ahora se preocupa por disimular, porque cuando era más chiquita era toda una
caradura. Se paraba en el primer escalón
y se ponía de lo más horonda a hacer pipi ante el espanto y griterío de sus
hermanas que salían asqueadas del agua y luego se rehusaban a volver a entrar
en ella. ¡Se ponían furiosas con su hermana acusándola de asquerosa, como si
ellas no hubieran hecho las mismas fechorías en el pasado!
Logré sacarle el mal hábito,
exiliándola a un pelopincho solitario hasta que pidiera hacer pipí y recién
allí podía entrar a jugar a la pile grande con sus hermanas. La verdad que este
método me resultó con las tres, ya que a cierta edad, lo único que desean es
largarse a la pileta graaande, armadas de flotadores y alitas para tener un
lugar más amplio en donde realizar sus magníficas y ambiciosas proezas
acuáticas. ¡Allí siempre tendrán una madre orgullosa de cada una de sus
pequeñas y grandes victorias! Ya sea aprender a samubillirse, nadar bajo el
agua, largarse a nadar sin alitas, hacer el primer salto, ganar la primera
carrera, hacer la primera parada de mano bajo el agua, el primer salto con
vuelta y hasta dejar de hacer pipí en la pile, siempre tendrán algún nuevo
logro para celebrar en la pileta.
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