Como seguramente
muchas de ustedes, yo me casé de “a tres”. Como se suele decir, me casé en una situación
“embarazosa”. Pero al contrario de lo que podría hacer suponer el término, no
me sentí en embarazo por la situación. No fui una novia que intentó ocultar su
panza con el popular vestidito suelto y manteniendo el embarazo callado como
secreto de estado, acelerando los preparativos de la boda al máximo para que la
panza no se note. Yo me casé con una súper híper mega panza imposible de tapar
ni aunque me hubiese casado con vestido carpa tipo María Marta Serra Lima!
Tenía siete meses y como ya les conté hace tiempo, nunca llevé bien los
embarazos, por lo que a los siete meses ya tenía dos troncos de sequoyas como
piernas y los labios más hinchados que la Suller.
Obviamente en
otras épocas mi actitud hubiera sido considerada descarada y hubiera sido el
bocadillo de todos las chismosas tekoreís de la capital. Pero ya en mi época
había mucha más aceptación hacia este tipo de casos. Los tiempos eran ya otros.
Por ejemplo, mi madre tiene amigas que de jovencitas se casaron de a tres y
hasta hoy en día lo niegan a muerte. Pero si uno hace los cálculos sus hijos
deberían haber nacido sietemecinos. Para mi época ya no había mucho sentido en
ocultar un embarazo en el altar. Yo no lo hice y no estoy nada avergonzada al
respecto. Paseé mi panza horondamente por el altar, como si se tratara de una
medalla, de algo de lo cual me podía sentir orgullosa y feliz. Y díganme si no
es así. Un embarazo, a pesar de todos los achaques, es una celebración a la
vida, es algo bello, importante, algo que se luce con orgullo y bajo ningún
motivo, algo para ocultar y menos en una iglesia. Acaso no decía Jesús “Traed a los niños a mí”
y ahí se lo llevé FELIZ!
Mis amigas me
tentaban diciéndome que tenía que borrarme con photoshop la panza de las fotos para algún día tener “autoridad
moral” sobre mis hijas. Pero todo siempre dicho con tono de broma. Pero por
supuesto no habrá faltado la vieja escandalizada al respecto, o la criticona
consagrada lista para acotar que no era una novia “fresca”. De seguro no me
habrán ponderado mucho el vestido, o lo linda que estaba (con siete meses de
embarazo es muy difícil ser buena percha y lucir fantástica). Pero nadie podrá
decir que no lucía radiante. ¡Mi panza y yo éramos unos soles!
Mi tía Marilú,
que es una de las mujeres más inteligentes que conozco, una vez me dijo: “no
existe ninguna palabra tan inapropiada como la palabra “embarazo”. Que espanto
referirse a algo tan lindo con una palabra que es sinónimo de vergüenza” Nunca
había pensado al respecto y al reflexionar me di cuenta que era totalmente
cierto. Cuando algo nos da vergüenza decimos que nos sentimos “en embarazo”.
También llamamos embarazosas a aquellas situaciones un poco bochornosas. Desde
entonces procuro usar otros términos para referirme a la gestación. Como
alternativas procuro decir que fulanita “está esperando un hijo” o “está en
estado”. Aunque el término está tan instalado en nuestro léxico que es difícil
omitirlo por completo. Sale siempre que puede de mi boca como un accidente
recurrente. ¡Pero ahora soy consciente de que el término es total y absolutamente
inapropiado, tanto como tener vergüenza de admitir que una se casó embarazada!
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