martes, 6 de octubre de 2009

EL POPULAR CHA CHÁ


El dilema que tenemos las madres hoy en día es muy shakesperiano: pegar o no pegar a nuestros hijos. Nuestras abuelas y nuestras madres por supuesto no tenían ninguuuna duda al respecto. Cualquier travesura o metida de pata era inmediatamente respondida con una paliza que variaba según la gravedad de nuestro “delito”.

Mi mamá, que con sus 7 hermanos formaban una patota cabezudísima, siempre me cuenta como mi abuela los amoldaba. Cómo era una mujer devota, los hacía arrodillarse a los siete enanos por horas frente al sagrado corazón que tenía en la casa, pidiendo perdón por lo que habían hecho hasta que sus rodillas quedasen tan planas como el piso. Por supuesto que este era el más leve de los castigos.

En la época de nuestras abuelitas era común que cualquier grosería o falta de respeto fuese respondida inmediatamente con una lavada de boca con agua y jabón. Si los niños rompían el silencio de la siesta o entraban en sus fases de demonios de Tasmania saltando y armando trifurcas se les aplicaba el popular “estate quieto”. Los niños ya ligaban sonoramente antes de que sus madres terminasen de decir “estate…”. Medio sádicas nuestras abuelitas, ¿no?

Cuando yo era chica, el cintarazo era toda una institución. Nuestros padres no se preocupaban en explicarnos por horas las consecuencias de nuestros actos y sin moralejas ni sermones teníamos la lección aprendidísima. Era tan efectivo que ni siquiera tenían que pegarnos a menudo, ya que tras ligar una vez el cintarazo, para la próxima vez bastaba que amagasen quitarse el cinto con gesto amenazador y santo remedio. Por supuesto que en público se contenían pero igual no nos salvábamos de un discreto pero doloroso pinchazo bajo la mesa cuando nos hacíamos los zarpaditos.

Hoy en día nuestros hijos ya no saben lo que es ligar una paliza. Las correcciones físicas son consideradas salvajadas y una puede hasta ser linchada por una patota de madres escandalizadas con tan solo hacer un gesto amenazante a sus hijos. La verdad es que en mi casa aún se respeta la institución del chachá. Yo soy de la vieja escuela y no dudo a la hora de darle una merecida nalgada a mi mini tropa de patoteras cuando se pasan de la raya. Mi deducción es bien sencilla, yo sobreviví a nalgadas, cintarazos, zapatillazos y cuantos “azos” utilizó mi madre para reprenderme y salí bastante sanita. Un chachá bien merecido y de esos que duelen más en el orgullo que en la colita, no hace mal a nadie. Por supuesto que el chachá es la última instancia a la que recurro, ya cuando la amenaza entró por un oído y salió por el otro y cuando el castigo no sirvió de lección. A la tercera la vencida… cuando ya fallan todas las técnicas psico pedagógicas, solo queda recurrir a la anticuada pero efectiva institución del chachá.

Pero no todas las madres pensamos iguales. Hay mamás que no levantan ni la voz cuando sus hijos hacen salvajadas. Nunca voy a olvidar lo impotente que me sentí la vez que Paulina fue agredida por un pequeño sociópata en un cumpleaños. No se de donde sacó el niño en cuestión un palo con el cual atacó a mi gordita. Cuando escuché sus gritos corrí gritando a socorrerla. La madre del pequeño Jason Voorhees también corrió a frenarlo. ¿Y cuál fue la reacción de la madre? Le sacó la guacha y con una voz reconfortante y como si lo que acababa de hacer era lo más normal del mundo le dijo: “papito, no tenés que pegarle a la nena.” Yo la miré con ojos de huevo frito mientras abrazaba a mi gorda que tenía 3 marcas al rojo vivo en sus piernas y lloraba desconsoladamente. Por supuesto no pude contener mi genio e indignada le grité a la madre: “¡Que papito ni que nada. Por Dios CORREGILE a tu hijo…. ¡ES UN SALVAJE!”

Esperé en vano a que la madre tome cartas en el asunto. Como se ofendió por lo que le dije ni se molestó en pedir disculpas y ella sique se marchó indignada con su “papito”. Les juro que me dieron ganas de estirarle la oreja, darle un zapatillazo… no se… aaalgo para que APRENDA. ¡A él y a la madre! Como va a aprender un niño así de violento si todo se le perdona y queda en lo anecdótico. Hizo lo que hizo no porque lo ve en la tele, sino porque se lo permiten y porque nadie le corrige.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

IBA YO CARGADA CON BOLSAS ABRIGOS Y CAJAS Y A MI NIÑO SE LE OCURRE ENCAPRICHARSE Y COMO NO PUEDO SATISFACER SU CAPRICHO, AHI VA UNA PATALETA. sABIENDO EL CAMINO QUE ME QUEDABA Y LA PRISA QUE TENÍA Y LO CARGADA QUE IBA NO ME QUEDÓ MAS REMEDIO QUE COGERLO A EL TAMBIÉN, COMO PUDE, Y LLEVARMELO PATALEANDO CARGADA COMO UNA MULA.
tE PUEDES CREER QUE ME INCREPARON DOS QUE ME MIRABAN? y EN CAMBIO, UN MENDIGO QUE ES DEL BARRIO SE SOLIDARIZÓ PARA LLEVARME LAS BOLSAS Y MIRÓ MAL AL NIÑO Y NO A MI. eN FIN, EL MUNDO AL REVÉS.
"dENTRO DE POCO SERAN LOS NÑOS LOS QUE NOS DARAN EL CHACHÁ CUANDO NOS PORTEMOS MAL". FIRMADO UNA MAESTRA CON EXPERIENCIA EN FIERECILLAS.

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tu historia! Verdaderamente cada vez es más difícil corregir a los más pequeños...