miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA CIENTÍFICA Y LA TONTÍFICA





¿Conocen la frase la fruta no cae lejos del árbol? Bueno, no podría ser más cierta. Paulina cada vez está más científica. Igualita a su papá y a su abuelo y bisabuelo paternos. Porque honestamente de mi lado no tiene a quien salir científica. A mí me dicen natural y ya no me gusta. Eso de camping, rafting, trekking y todas esas “ings” vinculadas a la naturaleza no me interesan en lo más mínimo…. Las únicas actividades “ing” con las que me identifico plenamente son el shopping y el catering. Con esta aclaración es más que obvio que Paulina cayó más del lado paterno de su árbol familiar.

Cada día me sorprende con sus conocimientos. Desde chiquita ya lo hacía. Corregía a las profesoras ya en el jardín sobre temas de relacionados a los animales con una erudición que hasta ponía en aprietos a sus profes. Recuerdo que en el pre escolar una vez le corrigió a una de sus profe que había dibujado una jirafa con una lengua roja y le dijo que en realidad las jirafas tenían la lengua azul. La profe le dijo que no creía que las jirafas tuvieran la lengua azul. ¡¿Lengua azul! Bahh!? Pero tanto insistió Paulina con lo de la lengua azul, que hasta hizo dudar a la profe y terminó consultándolo. Para su sorpresa, efectivamente su alumnita había tenido razón y tuvo que corregirse luego en clase. Fue la misma profe la que me contó este incidente, felicitándome por lo muuucho que le estimulábamos sus intereses a Paulina. Debería haberle felicitado al Discovery Chanel y Animal Planet, sus canales preferidos. Porque francamente, yo nunca manejé este tipo de datos. ¡No sé ni de qué color es la lengua de un hamster, imagínense si voy a saber de qué color es la de una jirafa!

Otra evidencia de su afinidad por las ciencias naturales y los animales era el hecho de que no sólo amaba nuestros paseos al zoológico, sino que también adoraba el museo de ciencias naturales, con todos esos frascos apestosos de bichos muertos. Cada vez que entrábamos  para ella era como si estuviéramos en Disney. Una vez al salir de allí me dijo: “Mami, que te parece si llevamos todos estos frascos y los exhibimos en nuestra sala para que todos mis compañeritos puedan ver.” Yo ya me imaginaba en la cabeza la sala del Dr. Hannibal Lecter y le contesté juguetonamente: “Guacalaaa! Paulina, pero imaginate el susto que se van a llevar tus compañeritas al entrar a una casa llena de frascos con animales en formol. ¡Te van a apodar Paulina la rara!” Ella me contestó indignadísima y muy segura de sí misma: “No, me van a llamar Paulina ¡LA CIENTÍFICA!”

Desde ese momento, con tan sólo cuatro añitos ya me puso muy en claro que lo suyo era una vocación seria por los animales y la naturaleza. Luego, su colección de rocas sirvió para asentar este hecho.  Quedaba más que claro que a mi hija no le interesaban las muñecas, las ropitas, los maquillajes, ni todas las tonterías que a mí me habían encantado a su edad. Y lo peor es que no me puedo llevar ningún crédito porque no sé nada sobre la materia. Lo suyo es una vocación propia. Algo que le viene de adentro y que juro que no hago más que darle permiso para ver Discovery Chanel y comprarle libros sobre las cosas que le interesan. La verdad es que no puedo aportar nada. Cuando ella me pregunta cómo se llama un árbol yo le miro con cara de sorprendida, preguntándome a mí misma: “¡cómo se le ocurre que voy a saber eso!, si para mí los árboles son todos iguales. Tienen tronco, tienen ramas, ergo ARBOL. Máximo distingo un pino de un eucalipto. Pero ahí se acabaron mis conocimientos botánicos. Obviamente le contesto siempre: “No sé Pauli, preguntale a tu papá.” Todo lo tengo que derivar a su padre porque en la materia de sus intereses solo sé que no sé nada.

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