El ratoncito de los dientes es
sin lugar a dudas una de las tradiciones más bizarras que me pueda imaginar. A
quién se le habrá ocurrido esto de intercambiar los dientes de leche de los
niños con moneditas traídas por un mágico ratoncito en el medio de la noche. A
pesar de lo absurdo e ilógico de todo esto - y debo confesar que además me
resulta hasta un poquito macabro- todos los padres tratamos de mantener viva
esta tradición el más largo tiempo posible. Dejar de hacerlo resulta tan cruel como
contarle a un niño que Papá Noel no existe.
Pero tarde o temprano nuestros
hijos terminan por avivarse y nosotras nos quedamos con una colección de
dientes de leche que no sabemos qué hacer con ellos. Hay quienes hacen
dejecitos con ellos (cosa que me parece aún más macabra que la misma idea del
ratoncito de los dientes) y otros (entre los cuales me incluyo) simplemente nos
resignamos a guardarlos sin tener bien en claro por qué nos resistimos a
tirarlos a la basura.
Yo soy una persona súper olvidadiza.
Y acordarme de los benditos dientes de leche de mis hijas bajo la almohada
siempre ha sido para mí una especie de desafío maternal. ¡No les puedo contar
la cantidad de veces que me olvidé de sacarles el diente y dejarle las
moneditas! ¡Y como tuve que recurrir mil veces a mi ingenio guaraní para zafar
de la situación sin que mis nenas dejen de creer en el ratoncito!
Cada vez que a la mañana mis
hijas lanzaban un alarido infantil acompañado de un llanterío yo me golpeaba la
frente mientras se me caía la ficha de que OOOOTRA vez me había olvidado de
dejar la plata. Luego tenía que consolar a la infante en cuestión que con
carita de indignada y con su boquita desdentada me decía: “guaaaaaaa, viste
mami que el ratoncito no existeeeee” o “guaaaaaa, el ratoncito de los dientes
se olvidoooo de miiiiiii”.
Por supuesto antes de acudir al
rescate yo ya tenía escondido un billetito o unas moneditas entre mis dedos
cual presta prestidigitadora. Y mientras decía que probablemente no habían
buscado bien, colocaba la platita ágilmente al mismo tiempo que hacía
desaparecer el diente olvidado. Y le decía: “viste que si te trajo. ¡Ahí está
tu platita! Y si me decían desafiantes: “cómo si recién yo vi que el diente
seguía ahí en mi cama”. Yo rápidamente les contestaba que probablemente
tuvieron una pesadilla o que lo que pensaron que era un diente era sólo una
pelusita.
Una vez Paulina me puso más en
aprieto que de costumbre ya que no sólo estaba llorando a moco tendido sino que
además tenía el diente agarrado muy firmemente en su manito. Ya no había
ninguna posibilidad de hacer desaparecer al diente por lo que tuve que recurrir
a alguno de mis cuentos chinos diciéndole que seguro el ratoncito tuvo dengue y
no tuvo fuerza para alzarle la cabeza de la almohada y que por eso no había
podido retirar el diente.
Otra vez fue Fernanda quien me
puso en aprietos. No sólo me había olvidado por completo de dejarle el
dinerito…. No tenía nada ni un guaraní conmigo, ni siquiera una moneda de mil’í
y estaba más que segura que estas malditas lauchas no aceptaban ni VISA ni
MASTERCARD. Nuevamente tuve que recurrir a mi repertorio de excusas
ratonísticas y le dije que seguro que el ratoncito no había encontrado el
diente y que por eso no lo había llevado.
Pero el caso más gracioso sin lugar
a dudas fue el de Julieta. Se había movido tanto en la noche que el diente
había desaparecido. Y por supuesto yo juuusto me había olvidado de dejarle la
platita bajo la almohada. Julieta estaba indignada. El ratoncito descarado le
había YOBADO su diente de leche sin dejarle ninguna monedita a cambio. Por suerte se me ocurrió decirle que seguro
se había movido tanto que la plata se había caído y levanté teatralmente el
colchón de su cama y como por arte de magia apareció el billete (que 5 segundos
antes yo había puesto disimuladamente bajo el colchón mientras me hacía que
buscaba entre las sábanas). Ta-raaaan!
¡Nuestros hijos no tienen idea de
lo ingeniosas que tenemos que ser las madres para remendar nuestros desboles
sin herirles el corazón! ¡A la pinta, nosotras también nos merecemos que
alguien venga en el medio de la noche un ratoncito a dejarnos unas moneditas
como premio por nuestra capacidad de improvisación!
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