miércoles, 13 de abril de 2011

¡Shake el Cucú Lelé!

Anoche Fernanda se despertó llorando. Había tenido una pesadilla “muy tenebrosa” según sus propias palabras. Por mucho que intenté tranquilizarla, fue imposible convencerla de que volviera a dormir en su camita pues estaba convencida de que había un monstro peludo bajo su cama. Como se podrán imaginar, me venció el sueño y la gorda terminó durmiendo en nuestra cama, amparada por la seguridad que sólo mami y papi pueden dar.

Esta mañana en el desayuno la enana ya estaba describiendo a sus hermanas con lujo y detalle al terrible monstro que había “visto” la noche anterior bajo su cama. Julieta la miraba con ojos de huevo frito, absolutamente compenetrada y aterrorizada ante la detallada descripción que su hermana hacía del monstro. Rehusándose a creer la existencia de un monstro tan espeluznante e intentando también tranquilizarse a sí misma, le dijo a su hermana: “Pelo mi mami dize que los monschuos no ezizten”.

Paulina (ya más escéptica a lo paranormal y tentona por naturaleza) no dudó un segundo en aprovechar la ocasión para hacer lo que todas las hermanas mayores hacen ante estas situaciones: divertirse asustando a sus hermanitas. “¡Claro que existen!” les aseguró, agregando con un tonito terrorífico antes de que sus hermanas pudieran rebatirla: “¡Y tienen las garras muuuuuy graaandes y son muuuuy maaaalos!” Antes de que yo pudiera intervenir ya les estaba contando casos “reales” de amigas suyas que habían tenido encuentros cercanos del tercer tipo con estas alimañas nocturnas.

Para cuando pude frenar los horrorosos relatos de Paulina ya era demasiado tarde. Los rostros aterrorizados de Fernanda y Julieta dejaban en claro de que el daño ya estaba hecho. Luego procedí a tomar las medidas de emergencia para reparar el daño: retar a Paulina por asustar a sus hermanas, aclararle a las enanas que Paulina les estaba tentando y volver a asegurarles de que los monstros no existen. Pude calmarlas un poquito, aunque en el fondo sabía que la semillita del miedo ya estaba plantada y ya me imaginaba lo apachurrada que dormiría esa noche con mis dos miedosas enanas en el medio de la cama y lo difícil que me sería convencerlas para que volvieran a dormir tranquilas en su pieza.

Todo esto me hizo recordar los años que viví convencida sobre la existencia de diversos espectros y duendes folklóricos, gracias a los maliciosos relatos de la empleada de mi abuela, quien por comodidad y diversión, para mantenernos alineados solucionaba todo asustándonos. Para que no quebrantáramos su siesta nos alertaba sobre el jasy jateré. Para que no desordenáramos la sala nos contaba que ahí no había que entrar porque había póra. Y si nos portábamos mal teníamos asegurado que el cucú lelé iba a venir a llevarnos por cabezudos. Ni bien empezábamos a alterar el orden doméstico con nuestras travesuras ya escuchábamos en el fondo su ominosa voz advirtiéndonos: “¡Shaaake que el cucú lelé les va a venir a llevar por hacer barullo!"

Para mis miedos nocturnos también contribuían mis primos mayores, quienes en la fanfarronería de su adolescencia se entretenían aterrorizándonos con cuentos de terror que nos hacían pasar noches enteras sin dormir. ¡Cada cosa que nos decían! ¡Y nosotros éramos tan ingenuos que les creíamos hasta las cosas más absurdas! Como que en la casa al lado de la iglesia del barro vivía una bruja con pata de lorito. Cuando íbamos caminando los domingos a misa dábamos toda la vuelta a la manzana para evitar la casa de la supuesta bruja. Creo que en nuestros mil y uno recorridos en bici por el barrio, las ruedas de nuestras bicicletas jamás osaron pisar la vereda de aquella temible bruja.

Sé que esta noche me espera otra noche en vela de pesadillas, trajines y monstros bajo la cama. Mañana de seguro las ojeras me llegarán hasta el pis. ¡Al despertar estaré tan agotada y desaliñada que seré yo el verdadero monstro de la casa: Una auténtica bruja no con pata de lorito sino con ojeras de shar pei!

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