martes, 20 de abril de 2010

La inocencia de los niños

Los niños tienen una inocencia innata y una capacidad increíble para verle siempre el lado bueno a todo. No saben fingir sonrisas y la mayoría desconoce aún las artimañas del engaño y dicen lo que piensan y como lo piensan con total sinceridad. Por supuesto que esta inocencia unida a su sinceridad muchas veces nos pone a nosotros, los padres, en situaciones muy incómodas. Recuerdo un acontecimiento que ilustra muy bien esto.


Paulina habrá tenido 3 años más o menos y jugando en un cumpleaños infantil se quedó mirando fijamente a una señora que tenía un lunar inmenso en la cara. Luego me estiró del brazo para mostrarme a la señora y sin disimular su asombro me dijo: “Mami, mirá a esa señora tiene un naná súper grande en su cara, se va a tener que poner muchísimas curitas”. ¡La señora por supuesto escuchó comentario y yo me quería morir de la vergüenza! Sin darme tiempo a reaccionar con total naturalidad le dijo a la señora que en su casa tenía muchísimas curitas con dibujitos y que si quería le podía prestar unas para que se le cure su naná. ¡Ahí ya directamente quería encontrar un agujero donde meterme! Por suerte la señora lo tomó con humor y por lo visto, ya acostumbrada a la a veces cruel inocente sinceridad de los niños, le explicó con mucho cariño que no era una naná, que era un lunar y que ella ya había nacido así. La verdad es que la señora se portó como una reina salvándome de esta situación tan embarazosa y dándole a Paulina las explicaciones que yo por decoro no quería hacer.


La verdad es que en esa ocasión su sinceridad e inocencia crearon la oportunidad perfecta para que aprenda ciertas cosas de la vida que los padres muchas veces evitamos explicar a nuestros hijos por no querer asustarlos o preocuparlos. Al salir del cumple le expliqué que no todas las personas tenían la suerte que tenía ella de haber nacido sanita y sin ningún problema. Que había muchas personas diferentes a ellas, algunas con marcas y manchas en la cara, otras que no podían ver o escuchar o hablar, o que le faltaban brazos o piernas o que estaban enfermitos pero que eran tan normales como ella. Le expliqué también que siempre tenía que ser respetuosa con ellos y tratarlos con naturalidad sin incomodarlos llamando la atención hacia sus problemas.


Pero a veces la sinceridad e inocencia de los niños nos pone en situaciones absolutamente embarazosas e insalvables. La historia más simpática es la de la hija de una amiga, que encontró en un cajón el anillo vibrador de sus padres (un juguetito sexual que acababa de ser lanzado y era la novedad de todas las parejas). La inocente niña pensó que era un anillo y lo llevó a un cumpleaños mostrándoles el “juguete de su mami” a todos sus amiguitos. Cuando mi amiga vio a su hija rodeada de niños riéndose mientras exhibía el anillo vibrador como si fuera el juguete más divertido del mundo ya era demasiado tarde. Todas las madres del cole ya se estaban destornillando de risa a su costa y creo que mi amiga no apareció en ningún otro acontecimiento escolar por el resto del año. Cuando nos contó su anécdota todas nos matamos de risa y para calmar sus nervios les contamos nuestras historias.


Personalmente tengo dos anécdotas similares. Paulina que en ese entonces tenía 3 años, encontró nuestro stock de preservativos y le llevó la caja a mi suegra. Pasándole un envoltorio le pidió a su abuela que le abra el chicle. Esto fue en el Baby Shower de una de mis cuñadas y sinceramente yo no sabía donde meterme. Me puse más colorada que un tomate y me pasé la tarde siendo la víctima de todas las bromas y hasta el día de hoy siempre me recuerdan aquel momento tan candente.


La segunda fue por suerte mucho más inocente. Le llevamos a nuestro caniche a un paseo familiar al campo. Nuestro perrito no encontró mejor cosa que hacer que intentar montarle a otro perrito que andaba por ahí. Fernanda, que tenía 4 años, con toda la inocencia del mundo empezó a gritar: “¡Mami, Mami, mirale a Peluchín, está haciendo filita con su nuevo amigo! Nosotros en la guarde también siempre hacemos filita” Desde entonces con Edu, como una especie de chiste interno, cada vez que nos referimos al acto sexual lo llamamos filita.


Estoy segura que ustedes también tienen miles de anécdotas relacionadas a la sinceridad e inocencia de sus hijos. Ojalá se animen a compartirlas conmigo en este blog!


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