lunes, 9 de febrero de 2009

A caballo regalado….


Al fin tengo un momento de paz para escribirles. Hoy fue un día caótico pues festejé el cumple de Fernanda en casa y trabajé como negra. Mis preparativos empezaron hace 15 días ya que con 3 hijos una tiene que organizarse. Lo primero que hice fue preguntarle de qué quería su cumple. Se le dio otra vez por el bicho feo de Barney (pensé que a estas alturas ya lo habría superado). ¡El pobre es tan amoroso pero tan anti estético como solo un dinosaurio lila y verde puede ser! ¡Te mata cualquier decoración!

Luego pasé horas al teléfono pidiendo presupuestos de tortas, comida, shows y globo loco. Fui al mercado a comprar golosinas y sorpresitas y al centro a buscar todos los elementos del cotillón. Una semana antes empecé a cargar las bolsitas de sorpresita y preparar los centros de mesa con mi hermana (¡ella es tan guapa para estas cosas!)

El día del cumple corrí contra el reloj para inflar los globos, decorar el patio, colocar los dulces, cargar la piñata. Aún así todavía encontré tiempo para plaguearme porque la torta no llegaba, apurarle a mi marido, vestir a las nenas y hacer todo lo posible por estar al menos mínimamente presentable antes de que lleguen los invitados.

Tras las 4 horas en la que sus amiguitos estuvieron saltando como demonios de Tasmania por todo el patio vino la peor parte. La tarea que parece imposible de limpiar aquella zona de desastre de papel picado, chicles pegados al piso, envoltorios de caramelos y cadáveres de globos desparramados por todo el patio.

Después de hacerle dormir a Fernanda me quedé mucho tiempo mirándola. ¡Está tan grande! ¡No puedo creer que ya cumplió 5! Verdaderamente es cierto eso que dicen de que el tiempo vuela. Aunque tras abrir todos los regalos debo admitir que no estoy de acuerdo con ese otro dicho que pregona: “a caballo regalado no se le miran los dientes.”

Una mamá medio despistada me regaló el mismo regalo que yo le regalé hace un mes a su hijo. No puedo criticarle tanto, ya que yo misma me he convertido en una experta del reciclaje. Aunque debo admitir que lo hago con pena, porque de chica odiaba cuando descubría en algún lugar de la casa los juguetes retenidos por mi madre, destinados a desaparecer en el próximo cumpleaños. Esta noche, después de arreglar todo el bochinche y hacerle dormir a las gordas me dispuse a seguir con la “tradición familiar”.

Lo primero que aparte para el baúl de los juguetes a reciclar fueron los repetidos. Luego confisqué un órgano musical. Ya me lo imaginaba el próximo domingo a las 6 de la mañana emitiendo alguna patética tonadita china destinada a generarme la jaqueca del siglo. Igual suerte tuvieron todos los artefactos que no pasaron la prueba de sonido. Ya suficiente barullo hacen mis hijas como para agregarles un complemento más.

Luego pasaron a retiro todos los juguetes con más de 2 pilas. No sé porqué todavía no inventaron juguetes a energía solar (así como las calculadoras). Los juguetes a pila son tan odiosos. En primer lugar, los niños no saben apagarlos y generalmente para la siguiente vez que los usan las pilas ya están gastadas. A parte de constituir también un presupuesto y de ser muy peligrosas tienen el agravante de que los niños siempre reclaman que le pongamos pilas a sus juguetea (generalmente cuando uno está ocupado o durmiendo). Ya me veo roncando con gusto por la mañana hasta que una manito me sacude para que me despierte, mientras extiende un patético aparejo llenos de luces de colores sin función alguna y me repite una y otra vez: “’¿Mami le podés poner pila?” Por supuesto que lo va a repetirlo insistentemente (porque no hay nada más insistente que un niño que quiere pilas) hasta que me levante y vaya a buscar las benditas pilas. De más está decir que todas las que encuentre en casa estarán gastadas o en uso en aparatos más necesarios que el bicho de colores y tendré que prometerle que se las voy a comprar la próxima vez que vaya al súper.

Una cantidad de peluches también ingresarán al baúl. Ya no se donde ponerlos. En mi época no teníamos tantos… ahora son lo más cercano a una plaga. No existe animal real o imaginario que no haya sido reproducido en formato peluche, para el deleite de los niños y la sobrecarga de sus habitaciones.

Estoy segura que todas las madres nos vemos obligadas a confiscar ciertos regalos. No solo porque tenemos que hacer economía, o no nos gustan, sino porque sencillamente nuestros hijos tienen demasiados juguetes! Por más de que lo neguemos en público, sabemos que reciclar regalos es una forma de ponerle límites a nuestros hijos y que esto les hace mucho bien. Limitar la cantidad de regalos que reciben en esta era del consumismo les hará valorar los regalos que reciben y cuidarlos más.

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