lunes, 9 de febrero de 2009

La Infancia es una Fiesta


Los niños llenan nuestros días de sonrisas, de alegría y de bullicio. Ellos siempre están de fiesta. A veces me pregunto como hacen para estar siempre tan alegres y emocionarse con las cosas cotidianas que nosotros los adultos damos por hecho.

En estos días invernales la lluvia se presenta como una maravilla para Paulina y Fernanda. Ni bien empiezan a caer las primeras gotas, ambas empiezan a correr animadísimas. “¡Mami, mami, está lloviendo!”, gritan a dúo como si me estuvieran anunciando que acaban de encontrar un duende en el patio.

Enseguida empiezan a revolverlo todo y salen corriendo al patio equipadas con sus botas de goma lila y sus paraguas rosados (que son para ellas sus mejores galas). Fernanda se queda paradita sintiendo el ruido de las gotas al tocar su paraguas y su carita se impregna de dicha absoluta. Paulina que es más patotera, empieza a saltar los charcos salpicando agua para todos lados. Siguen los correteos, los alegres gritos y la infaltable cancioncita que entonan en coro: “¡que llueva, que llueva, la bruja está en la cueva…!”

Mi instinto maternal enseguida enciende todas las señales de alarma. Empiezo a preocuparme por el viento y por el hecho de que van a terminar empapadas. Imágenes mentales de gripe y tos empiezan a alterarme. Pero al verlas disfrutar tanto de algo tan simple reprimo todos mis miedos y me contengo. Me digo a mí misma: “dejalas que jueguen, que se mojen, que griten y canten; que sean dos niñas felices bajo la lluvia.”

Que poco necesitan los niños para ser felices. Como me gustaría no haber crecido tanto. No haberme vuelto tan apática ante la lluvia. No haber dejado de asombrarme ingenuamente ante la luna y las estrellas. No haber dejado de buscar formas en las nubes. Verlas jugar así, tan sanas y extasiadas ante algo tan dado por hecho como la lluvia me conmociona. Recuerdo cuando yo no era mucho mayor que ellas y saltaba bajo la lluvia con su misma felicidad.

Pienso en el otro día, en el que fui a conocer el nuevo terreno de unos amigos. Llevé a las nenas conmigo de paseo. Ni bien llegamos al lugar ambas empezaron a correr emocionadísimas. Me dejaron atrás, torpemente, mientras recorría el lugar escuchando los planes de la nueva casa que mis amigos estaban proyectando. A ellas no les interesaba la casa, solo les interesaba ese enorme espacio verde que se presentaba como un parque infinito para sus juegos. Cuando salimos de allí Paulina me dijo con un tono que contenía una mezcla exacta de cansancio y realización: “¡Mami exploramos muchísimo esta selva!”. Paulina me mostró sus manitos sucias cargadas de pequeñas piedras mientras agregaba con excitación: “¡y encontramos este tesoro!”

Para los niños todo es precioso, la lluvia, las piedras, la tierra, los días soleados, el viento. Se asombran y gozan la vida con una alegría tan inocente y pura que emociona. La próxima vez que llueva, voy a tratar de correr con ellas bajo la lluvia, para ver si me contagian algo de esa inocencia que los adultos sentimos tan lejana. Quiero volver a vivir la vida como si cada día fuera una fiesta. ¿No sería maravilloso, ser niños de vuelta, al menos solo una tarde bajo la lluvia?

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