lunes, 9 de febrero de 2009

Nunca digas de esta agua no he de beber….

Cuando era niña, cada vez que mi mamá cometía una irracionalidad (que hoy en día entiendo como 100% fruto del amor y la preocupación maternal) juraba que yo NUNCA la haría a mis hijos. Los años y la experiencia han hecho que todos mis juramentos hayan sido en vano pues una y otra vez termino replicando todos aquellos actos que en mi infancia me exasperaron.

Como buena niña ofendida, juré a todos los Santos que jamás reciclaría un regalo, pero en mi escrito del mes anterior ya les he confesado que con los años me he convertido en toda una experta. Juré que no obligaría a mi hija a tomar clases de ballet, que no les escondería las golosinas al volver de los cumpleaños, que no clasificaría sus amistades en “buenas” y “malas” influencias, que no le haría practicar la tabla de multiplicación durante todas las vacaciones (hasta ahora recuerdo este trauma), que no le obligaría a comer las verduras que no le gustaban (ni mucho menos disfrazaría a una milanesa de mondongo diciendo que era de pollo), etc. etc.

Todas nosotras hemos emulado a nuestras madres voluntaria o involuntariamente en más de una ocasión. Seguramente después se habrán puesto a meditar sus actos y habrán movido en silencio sus cabezas como lo hago yo cada vez que me sorprende lo igualita a mi madre que soy (igualita en todo lo racional así como en todo lo irracional). Porque a veces las madres estamos un poquito locas…. Y esta locura está totalmente justificada en lo mucho que amamos y nos preocupamos por nuestros hijos. Cuando nos metemos algo en la cabeza, no hay nada ni nadie que pueda convencernos de lo contrario.

En una reunión reciente con mis amigas, nos encontramos hablando de este tema y nos matamos de risa de todas nuestras locuras maternales. La confesión más graciosa fue la de Virginia, una de mis amigas más queridas, que coincidentemente es una de esas madrazas que viene de una escuela muy larga de madrazas. Virginia nos contó que tras todo el ajetreo de la Primera Comunión de su hijo mayor, cuando ya terminada la fiesta, se acostó rendida por lo mucho que había trabajado. De repente un pensamiento empezó a rondar su cabeza, preocupándola al punto de no dejarla dormir. Recordó como su madre tenía en el living las fotos de cada uno de sus hijos en su Primera Comunión, con la familia entera frente al altar de la iglesia. Tras repasar mentalmente las 1500 fotos que se habían sacado, cayó en cuenta con espanto de que no se habían sacado ninguna foto familiar frente al altar! Esa misma noche a pesar del agotamiento se levantó y puso a lavar la ropita blanca de su hijo (que tras la fiesta se podrán imaginar que del blanco quedaba solo un vago recuerdo), lavó el vestidito de su hija, la camisa del marido, su propio vestido, los secó y los planchó. A la madrugada se vino una tormenta. Esto no la hizo desistir de sus planes. Se levantó a las 6, llamó al fotógrafo contándole del infortunio y logró convencerlo de encontrarse con ella en la iglesia, se arregló y vistió a todos impecablemente, arreó a toda su familia y a las 8 en punto, a pesar del raudal y de las protestas colectivas, se sacaron esa foto que no podía faltar, la de la familia reunida frente al altar.

Por supuesto que todas nos reímos de su pequeño acto de “locura maternal” y nos sorprendimos ante su determinación de lograr una foto que para muchos era substituible. Personalmente me asombré ante su determinación y la proeza que había logrado (sobre todo la del convencer al marido). Si bien esto es para muchos solo otro acto irracionalidad maternal (uno de esos momentos que los hijos recordamos entre risas) como siempre está totalmente justificado en sus motivaciones, que fueron las más nobles: que su hijo tenga esa misma foto que ella atesora, la más significativa, la de la familia celebrando frente a Dios un momento importantísimo para todos. Ella no quería que por un simple olvido, su hijo no tuviese la misma foto que ella conserva con sus padres y que su madre también conserva con los suyos. Esto no es locura…. es puro amor!

Las madres tenemos derecho a tener nuestros pequeños momentos de irracionalidad. Y nadie puede criticarnos. Detrás de cada una de nuestras “locuras” se encuentra latente un motivo superior, un motivo que solo el corazón de una madre puede entender. Como me decía mi madre cuando protestaba: “nunca digas de esta agua no he de beber.”

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